martes, 15 de abril de 2008

Muerte debida



(Relato publicado en la Antología 2007 de poesía y narrativa breve “Argentina en versos y prosas” de la editorial Raíz Alternativa de Temperley, Buenos Aires).




A mi abuelo Emilio Biltes (quien fuera un verdadero idealista)




En el diario de no se sabe que fecha póstuma dijeron que había caído en un infantilismo tenebroso, maléfico, ruin, y que el olvido pagaría su desquiciada hazaña y su utópico final. Pero en otra publicación de folletín ficcional alguien dijo que su vida jamás existió y que si en realidad cabe mencionar esa supuesta fatalidad debería ser considerada como su incuestionable, propio y legítimo delito.....




No importa quién dice qué en los suburbios de lo superficial....

No interesa quien domine cualquier luz ancestral hoy, cualquier momento retenido en el fondo del túnel.....

Es antinatural cambiar algo.....

Pena, olvido, intrascendencia, desquicio desmesurado o como se llame este correr contra el tiempo y los esquemas que es, en definitiva, lo que ese supuesto hombre intentó en algún ignoto espacio.....



Y así tan cruel y siniestro como suene, no importó también que Rojas Cortez haya partido por la mitad la palara
tesón. Y por demás, no importa qué ideales se desagan en ese mismo seno ocre donde los palacios son un fusil sin nombre, lugar, ni guerra propia. Hoy por hoy se detiene sobre ese pasado no tan orgulloso ni tan expectante como cuando joven displicente.


Es fácil la confusión y el olvido cuando la sed se estaciona en una corniza sin devolución de tiempos. Y así, un póster de algún intrascendente grupo de rock duerme ahora en una repisa lejos de toda visión, tirada en los ángulos rectos de un claustro no más significativo que el propio grupo y su consecuente recuerdo. Entonces las fotos salen sin decir demasiado: Rojas Cortez pensando encima de un libro que habla sobre la vida del Che; más allá otra imagen trae su sonrisa sobre el reflejo de una manifestación popular; la entrega de diplomas en el bachillerato Sarmiento; otras dos imágenes más; alguna tarjeta de invitación; y no hay nada más, nada.


Camina sin caer a pesar de los aletargados pasillos que conectan las oficinas del edificio de Mundo Informático con la palidez común de lo irreversible y piensa que algo le duele, o algo debe deshacerse de inmediato. Y siente, al mismo tiempo, que hay otro alba u otra posibilidad de rescate en el mismísimo camino de lo utópico. Ya sin más, vuelve atrás en el pasillo, no sin ganas de vomitar antes, y lanza entonces ya sin miedo la imposible palabra, que se desliza de sus labios que tiemblan, de su boca que tiembla, de la vida que le tiembla, y él mismo como un todo se mueve sin voluntad de parar. Grita y llora sobre la imposible palabra ante las caras adulteradas de rabia de los que ya se acostumbraron. Y mientras dice eso, y mientras transcurre la escena perpetua, piensa que es presa de un sofisma. De un sofisma basado en argumentar lo imposible para una sociedad nueva, porque cambian las acepciones de los tópicos al mismo tiempo que se cambian los contextos. Y en ese maldito lugar de caos y ambigüedades cae arrodillado por primera vez, desvalija sus ideologías ya sin gloria, tirita su eterna lucidez y vuelve a dar con los recuerdos imposibles frente a su vista en la misma repisa desgastada de siempre.


Está claro que lo que fue verdadero en algún remoto tiempo deja de serlo antes de que el hombre posmoderno, ¿frío y esnob?, se pueda dar cuenta de que le renovaron las certezas y lo fusilaron en el paredón de la incertidumbre eterna; piensa en eso sin demasiado convencimiento, pero cae en la cuenta de que el ser humano es nada más que un insomne que llega a la jungla urbana y va tornándose significativo en la medida en que comienza a eligir. Rojas Cortez entonces no deja de imaginarse que el ser humano desde algún tiempo a esta parte eligió de entre las pobres ofertas que le sugirieron, eligió sí, la alienación justamanente a la posibilidad de dirimir. Tal vez -sigue pensando- sea esta la razón por la que los idealistas se marcharon al bajo fondo sin que el mundo se quiera dar cuenta del mal que se estaba originando puertas adentro de la supervivencia. Es por eso quizás que hay tanto olor a muerto en cadáveres podridos para siempre en esos cuerpos imaginarios, pero rústicamente sanos. Es probable que esa sea la causa de que una minoría milite desde ya sin más cuestionamientos propios en el partido de la misantropía eterna. Sin demasiado miedo a caer en el pesimismo destructivo Rojas Cortez sigue sintiéndose inútil en el mundo de la desvirtud, se revuelve en una de las incómodas sillas de su oficina y no deja de recordar, ya con más resignación que impotencia, que en el ideario de las utopías también existía el lugar de las otras utopías, existía desde siempre la imposibilidad maldita de lo maldito. Se ha llegado al momento en que el alimento para las bestias, eso que era tan irrealizable antes, y aunque suene atroz decirlo, no es más que el reflejo propio de la cosificación humana; vaya incoherencia divertida!, sí..... hombre de la sombra esquiva, di lo que no te gusta, siéntate un rato en el peldaño de la inmadurez y entonces así tan frío y tan llano practica lo que tanto despotricaste..... y llora, llora!!..... que tus lágimas son el sueño roto de lo que creíste....... sí, y por fin lo que quede de humanidad dirá que nunca asustaron los cráteres que dejan los volcanes ineruptivos. La visión es estropeada por la subjetividad emocional y produce huellas desvaídas y terribles en ocasiones. Entonces, Rojas Cortez, en su propia oficina, y en su propio mundo, está asistiendo a la desproporción lógica y casi humillante de la intolerancia a lo inmediato y de creer que lo real no está en lo sucesivo de los acontecimientos sino en el deber ser del hombre. “Eso, con todas sus discusiones, es el espejo de los desquiciados”, habría dicho algún día. Sin embargo, recuerda haber vivido hace muchos años cuando la luz del sol todavía generaba sombra en los seres y cuando el pliego de las montañas todavía eran sorpresa.
Ni un mal Liceo militar disfrazado de buen hacer ni la anarquía propia de la escuela de las ideas distorsionadas, ni un gobierno de facto ni una chantocracia neoliberal, ni los abismales extremos ni un tibio centro. Rojas Cortez desechó de todo plano que la verdad pueda existir en el conjunto de las mentes humanas de una sociedad tal cual se le presentaba, y será por eso que de estudiante aplicado cayó después en la bohemia desfachatez de creer dominarlo todo sin tener demasiado en claro cual era la utilidad de su rebeldía cosmopolita. Y recordó también que hasta militó en alguno de los túneles cerrados de la excentricidad extrema. ¿Será así entonces que sus compañeros de oficina, dentro de la palidez que Rojas Cortez le imputa, escucharon salir de sus labios, a menudo hirientes, la palabra prohibida? ¿Será por eso, por la imagen precedente que se forma alrededor de un ex joven hostil y de inicitiva incontrolable, que sus actuales pares condenaron su nueva intrepidez? ¿O será la carencia de sorpresa con que vive la urbanidad lo que hizo imposible la comprensión? Juega mientras pueda solía escuchar en su infancia no menos escondida hoy en los cráteres de lo ínfimo, de nimiedades importantes.


Y por todo eso. Por las imágenes y las palabras que han vuelto a pasar por la convulsión permanente de su cabeza, que da giros a toda velocidad. Y después de pensarlo todo. Y después de acostumbrarse poco a poco a no escuchar respuestas. Rojas Cortez se encuentra en el mismo bar de siempre. A la misma hora. Mirando por la misma ventana. Viendo pasar la misma gente. Y se dice a sí mismo que ha dejado de una vez y para siempre ese rebrote juvenil que a medida que pasaban los años lo hacía trepidar en su misma y cierta frontalidad y desenfado con lo que no se resignaba a lo más mínimo que sonara a opresivo. Y aunque intente dejar de lado su actual convulsión, por más que en el mismo bar de siempre escuche de fondo, igual que ayer, a los Redonditos llenar el espacio con sus Vencedores vencidos, y aunque tiene una impotencia que le rebasa cualquier posibilidad de reacción, se muerde los labios, mira por primera vez su nueva cara en los mismos cristales de siempre. Y farfulla en voz tenue: "Yo, Rojas Cortez, he mencionado frente a mis compañeros de esa oficina siniestra la inoportuna palabra, yo me he dejado repetir una y otra vez el no masivo que desgasta nuestras oportunidades, y yo he creído ferozmente en lo irreversible, dejándome mecer como un ciervo atroz en las falsas enmiendas de los demás. Yo, Marcos Rojas Cortez, después de todo..... he caído.....". Y como si su vida se deba exclusivamente a eso, escribe la maldita palabra en una servilleta de papel. Y cuando la crisis en su mente deja de ser tenue para transformarse en una profunda intolerancia hacia la-realidad-que-le-construyeron-día-a-día-frente-a-sus-narices-sin-
que-él-atine-a-hacer-nada-más-de-lo-que-le-dieron-en hacer, piensa que de todos modos morirá algún día y su cuerpo será alimento para las bestias de algún nicho incómodo. Decide entonces que una muerte no física pero no menos digna que cualquier muerte de cualquier infeliz que creyó en algo alguna vez, no será el fin impuesto pero si el fin supuesto de un hombre que vivió supuestamente algunos días cuando la juventud lo acechaba con la vertiginosidad de los principios y la lucha constante de supuestos días mejores. Entonces como piensa que de todos modos morirá alguna vez, deja correr por sus labios el último sorbo de paciencia embasada en artilugios urbanos. Y casi sin reparar en su inoportuna e inasible supervivencia de los últimos años que ahora confunde con los primeros, comete la locura de llamar al mismo mozo de siempre, pagar la cuenta, salir del bar, llegar a la calle con la obnubilación propia de los que acaban, hace segundos nomás, de perder el sano juicio, para finalmente optar por pararse en medio del tráfico y gritar a los cuatros vientos y ya casi sin voz, pero con toda la vida que alguna vez tuvo; Rojas Cortez grita...............
"Soy Librreeeee!!!!!..........."..............



“Dí lo que piensas, y cree en lo que dices,

que ni todos los mares del mundo podrán apagar

tu suicidio en la hoguera más temible

de la simulación social”.


Cuan paradójico sistema.



PABLO ZAMA.

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