lunes, 27 de octubre de 2008

Ficción -primera entrega-:



EL CRIMEN VACÍO


La hoja en blanco dice demasiado en la carta que recibe Fernando Ferrero a las 9 AM de un día nublado de julio en plena capital sanjuanina.
Las hojas en blanco son comunes en estas lides, se dice así mismo Fernando. Los que usan la persecución a la utopía para allanar el camino hacia la evasión también chocan con el manuscrito sin sentido que ahora escribo, se rompe la cabeza pensando cómo llenar la existencia sin recurrir a los sueños.
La hoja en blanco es la madeja que no para de desenvolverse, que la dilación, que la premura, esconden de la rutina.
Escribe entonces de puño y letra: Prefiero no llenar estos renglones con lo que no quiero decir, me debo a mi instinto. De puño y letra también coloca en el dorso del sobre: El contenido de este envoltorio no es de importancia más que para quien se digne a padecerlo.

Otra vez está escribiendo de noche. Nadie lo ha visto salir del departamento por una semana. Prefiero vivir en el seno de mi propia alienación, la que yo quiero, tira sobre otro papel. Y escribe y fuma sin parar. Y recorre esos viejos libros sin poder comprenderlos todavía. Porque su lugar no está en donde tiene que estar. Entonces, permanece pensativo y camina en medio del anonimato que prefiere construir.
La carta en blanco que Fernando Ferrero recibe a las 9 AM de un día nublado de julio dice mucho más de lo que alguien puede suponer.
Esa carta, reescrita después por el propio Fernando y retenida en su propio escritorio, lleva el sello del misterio. Ese papel no muestra su remitente, que sólo Fernando conoce. El acto de dejar la carta en blanco puede referir un mensaje que se oculta en la transparencia de ese propio material. Y puede haber en esa declaración de agrafia misteriosa una complicidad extraña.
Esa habitación que da al rugido de la zona céntrica de Libertador y Rivadavia en San Juan tiene el rumor de lo ambiguo. El silencio que existe sobre el pasado, sin embargo, es la revelación de lo que se esconde en una mera página irresoluta.

La pista a la que iban a arribar más tarde los detectives sólo llegó hasta una frase de Emile Durkheim anotada sobre el respaldo de la cama, en letras casi diminutas, con el esoterismo característico de todo el lugar: “Las causas de muerte se encuentran generalmente más fuera que dentro de nosotros y sólo nos alcanzan cuando nos aventuramos en su esfera de acción”.

Antes, Ferrero, de profunda adicción al caos, supone que el rumbo de su vida es otro. Antes de esa mañana de julio, en su habitación se cruzan los mundos que alguna vez quiso. En su repentina inclinación por la vida nocturna sale, sin embargo, y ve lo que no existe.
Después escribe:

Mi rostro se dilata cada día
El rostro es el reflejo del alma
La vida consume los obstáculos
Sin obstáculos no soy
El miedo es saberse vivo
Cuando se evita ser


El resto de mi obra
Es la que no escribiré jamás
Escribo mi incompetencia
Escribo porque soy incompleto
Me evado porque me fallo
Y esquivo la censura como puedo

Escribo esta página a la deriva
No he dicho lo que quiero
El fuego de este panteón
Es el ruego de los que miro
En la calle de esta residencia
De la mismísima miseria que se tapa


En pleno caos se da cuenta de la nada. Los dolores existenciales ya son frecuentes, a esa hora la vida es la mejor metáfora. Y empieza a releer esos libros que lo desatomizan. Vuelve al rincón de los tratados kierkegaardianos, esos que escribió para nadie, dejó en el terreno infértil de los inéditos y escondió en el sótano, evitándolos. Mientras vuelve a esa lectura-reescritura comprende que el lustra zapatos que está en el cruce de las peatonales, algunas cuadras antes de la zona de Tribunales, es feliz porque no le queda otra, cuando a veces la miseria es la gambeta más cruel al destino.

No ha escrito todavía tratados sobre la felicidad. Pero siempre fue denostador de los que sonríen como mueca de lo que jamás sabrán: el rasgo evitativo que determina una falsa sensación; tal vez de la ignorancia por la inmensidad que implica la vida.
Las letras que supe escribir en la precordillera refieren a otro contexto animista y el optimismo surge sólo de una mera referencia al instante, que somete la mirada y penetra el ser en una falsa sensación de bienestar, no creo en la felicidad, puso en la solapa de un libro ajeno a modo de explicación de una novela surrealista que hizo germinar en algún retiro por Barreal.

Vuelve a tomar la lapicera, mira de reojo su máquina de escribir, una Remington bastante vieja, que pide a gritos una renovación (odia las computadoras) y escribe con desmesura:

Es probable que jamás encuentre lo que busco. Lo delata la inconstancia de mis estudios sobre un terreno que no conozco: la vida. Los imprevistos que surgen cada vez que exploro esos caminos, últimamente alejado de mi carácter de antropólogo sui géneris, pierden mi visión sobre la meta. Quiero, de todos modos, dejar constancia para mí mismo, en este papel que nadie conoce más que mi propio ser, que me comunico a través de mensajes vacíos con alguien a quien desprecio. Esos mensajes incurren en señales metacomunicacionales de tinte esquizofrenés. Existen cartas en blanco, palabras que jamás escribiremos, que residen en el bagaje de la ambigüedad y los términos duales. La intención de continuar esa comunicación negativa residen en el carácter improbable de encontrar otra forma de entendimiento a la saturación del mensaje por el sólo hecho del mensaje y no de su contenido.

Esas palabras podrían haber agilizado el juicio y hubieran echado luz sobre el fenómeno impensado en el que terminó cayendo Fernando Ferrero. La carta en blanco aún sigue guardada en algún armario viejo (casi en desuso) de Tribunales. El remitente de esas cartas que la Justicia encontró muy tarde incurrieron, como se esperaba, en una sorpresa desagradable.

En los días previos a recibir esa última misiva a las 9 AM Fernando iba a tener la premonición, que después se transformó en asunto revelado, en esas cartas vacías, de un primer punto de sus sospechas comunicativas. Y eso -se transformó en la causa-, después, generaría la reacción fatal.



Sigue en breve…..


Pablo Zama

martes, 21 de octubre de 2008

Cuento futbolero:



La profecía de un potrero

"El rincón engañoso de un barro apocalíptico entraña horas de emoción sobre una esfera de cuero vacuno, taladrada por puñados de pies sudorosos. La furia encantada respira fútbol a cada instante y se alienan sentimientos encontrados en la crítica al barro. El potrero supo ser la fábrica de gargantas inflamadas y venas a punto de estampido, tras el placer efímero de una red irrumpiendo en gol. Tras la red perdiendo su virginidad por un pie que, en violenta acción, estrella su incoherencia sobre la esfera vacuna, reventando piolines enganchados al sórdido aluvión de gargantas atónitas en el fuego interno del sentir futbolero....."


El firmante de este manuscrito encontrado en la Ciudad Capital de San Juan es un tal J. R. EIBEN. Según tuve la oportunidad de conocerlo, un novato escritor pero gran futbolista consagrado en el potrero.


Esta devoción al fútbol impregnada en una página de quién sabe qué cuaderno generan hoy muchas suposiciones sobre la vida de un misterioso hombre, y en estos momentos las imágenes del pasado suelen estar a la orden del día.

En charlas recuerdo lo infrecuente de las tardes sin fútbol en el barrio. Y el viaje hacia el pasado tiene todavía ese gusto a potrero que dirime una nostalgia cruel. El chaleco de crack era para pocos. Pero ahí mismo lo había visto, en ese recuerdo. Lo vi otra vez con esa estampa de hombre seguro, de piernas enredadas en fortaleza y cuerpo erguido como caballero de lucha. Tal vez por mi escasa habilidad lo veía como a un grande. Juan Rubén Eiben era hombre de toda la cancha. Muchos comentaban que lo habían visto venir del norte, tal vez de Salta. Pero faltó poco para que diluyera su fachada de forastero y así convertirse en solemne adopción del barrio. Una zurda que embriagaba el horizonte y hacía salir el sol en cada apilada, era su mortífera arma. Juan Rubén solía mirar con desprecio al adversario, como si éste estuviera planeando su destrucción. Sin embargo, más de una vez conversó conmigo y yo era adversario ocasional cuando los de la tapicería Don Braulio (lugar de trabajo de Juan Rubén) venían a desafiar a los de la bicicletería ALSMAR. Esta bicicletería era propiedad de los Vega, una familia emparentada con el ciclismo de competición, pero amante del fútbol. Yo estaba laburando en ALSMAR hacía ya seis años y medio. Había conversado con el misterioso Eiben y no me pareció soberbio ni mal intencionado, como se murmuraba en la calle. Eiben era de pocas palabras pero de extensa gesticulación (mientras hablaba movía a menudo sus brazos subrayando cada palabra). Era un tipo bastante culto, y yo empezaba a presumir que también escribía. Aunque suponía tal cosa, a mí siempre me deslumbró su manera de dejar hombres en el camino y esa potencia propia de un caudillo hecho en el sacrificio. Juan Rubén se parecía a sí propio cuando jugaba al fútbol, y es que no tenía similitud con nadie que conociese.

Algún día en un enfrentamiento de tapiceros y bicicleteros, lo vi deslumbrando ocasos. Claro que nosotros, los de ALSMAR, solíamos intentar el ataque permanente, y eso era mortalmente delirante teniendo enfrente a los de Don Braulio, con Eiben arrasando el mediocampo. Avance nuestro, contrapartida tapicera, gol contrario. La monotonía era tal que sólo Juan Rubén ponía la nota de color. El supuesto norteño amasaba el balón, lo dormía y lo hacía vibrar, todo de una sola vez.

En este momento sobreviene a mi falta de entendimiento a tal fenómeno de patear una pelota y sortear piernas ajenas, una de las pinturas más sobresalientes de este recordado Eiben. Un día, indeterminado ahora por mi memoria, fuimos a jugar con los de Don Braulio a orillas de una fábrica, creo que de desodorantes, en la zona de Chimbas, en el norte sanjuanino. Todavía sobresale de mi archivo futbolístico el recuerdo de haber llegado a ese monumental pero improvisado estadio; de tierra dura pero siempre húmeda; de arcos de madera de álamo imperfecto y de reglamentarias medidas marcadas con cal viva. ¡Claro que eran medidas reglamentarias!, pero eran reglamentarias para los potreros que aquí circundaban el espíritu dominguero. Llegamos, entramos por una puerta improvisada de cartón prensado en medio de la tela de alambre que servía de perímetro canchero. Ingresamos, y como un flash pude ver las banderas albiazules que flameaban frente a un puñado de 50 hinchas que Don Braulio había convocado. De entrada ya éramos visitantes. Eiben parado a un costado del arco del sur sólo atinaba a mirarnos y desafiarnos a cada instante. La pelota vino a la mitad de la cancha. Juan Rubén ensayó una especie de aullido intimidatorio. El balón en juego. El reloj en movimiento. Y nuestra dignidad casi en descenso. Los de Don Braulio se adelantaron y a dos minutos del inicio comenzaba el fegreso futbolístico para los de ALSMAR. Perdíamos 1 a 0 pero con promesa de mucho más.
Se me viene a la mente una jugada típica de Eiben. Solía llevar el fútbol al costado izquierdo. Y ahí, pegado a la línea, dejaba de lado una marca de al menos 3 hombres. Eiben se adelantaba en el mediocampo y, al ingreso del área rival, siempre pisaba el fútbol. Un poco, creo, para deleite de su hinchada, y otro para la amargura acostumbrada de nosotros. Antes de ingresar a la zona candente Juan Rubén sacaba un terrible zurdazo que sacudía nuestras palpitaciones, y se incrustaba con seguridad en alguno de los ángulos superiores del rectángulo formado por los palos de álamo joven. Así fue el segundo y, muy parecido también, el tercer gol en disfavor nuestro. Caía el atardecer en el potrero y con él devenía el ocaso para la bicicletería ALSMAR. Otra vez perdíamos y de la mano de un tremendo jugador, de la mano de Juan Rubén Eiben. Él solo era el equipo contrario, él mismo era ídolo y verdugo a la vez. Tan ídolo que al terminar el partido cruzó toda la cancha corriendo como un tigre de bengala en medio de una geografía elevadamente fría. Y al llegar, me hizo un guiño de ojo enfático invitándome a su lado, y me dijo: "No importa pibe. Si el fútbol es nada más que esto. Es un circo potreril; una simulación donde se disfruta; un teatro donde unos son protagonistas y otros obreros. Donde algunos son espectadores y otros ni siquiera quieren ver por miedo. Esto es así amigo. El fútbol da ubicaciones para todos. Es la vida misma hecha potrero. Mientras unos ganan, otros pierden. Pero todos somos parte de lo mismo, somos parte de la emoción de un domingo en derredor de una pelota.....".
Eiben me había dejado una sutil pero directa enseñanza, y yo ya no dudaba de la admiración que empezaba a encenderce sobre mí en torno a él. Eiben fue (o es, porque no sé si vive todavía en algún que otro potrero de vaya uno a saber que geografía futbolera) un misterioso forastero, un tipo callado, pero que hablaba cuando era necesario. Eiben era un futbolista curtido por el barro de potrero, un profesional de la madurez futbolística, y también de testimonio de vida. Hoy no se sabe adónde está, tampoco se supo cuándo se fue. Pero el barrio lo recuerda, y San Juan adora esa zurda temible y querible al mismo tiempo.

Pero..... ¿quieren que les confiese algo?, a este instante dudo si JUAN RUBÉN EIBEN en realidad existió, o si solo fue una ilusión de los, por aquel entonces, pibes del barrio.....


*Relato publicado en la antología del Primer Encuentro Internacional de Escritores en la provincia de San Juan (año 2005). También fue publicado en la revista El Superclásico de San Juan y leído en Radio Mitre (Bs. As.) y Radio Vida (San Juan).


Pablo Zama

viernes, 10 de octubre de 2008

Un "Ser Urbano huevón" (escrito en San Luis):



El día del huevo y su espacio en la viveza criolla


Amanece. Es el día mundial del huevo, síntesis muy importante de nutrientes, punto directo para la ambigüedad en las conversaciones que rozan la vulgaridad, pero se ciernen sobre el ingenio criollo.

Llega el mediodía y dos huevos de El Diario de La República pasean por la ciudad. La mirada de extrañeza surge en medio de la ruptura a lo rutinario, reflotando el absurdo como medio para llamar la atención. Apelando a la imaginación, como medio para abolir las estructuras, por un rato.

Mientras eso pasa, la información periodística detalla que a San Luis ingresan semanalmente cerca de 80 mil docenas de huevos y llegan: “desde Córdoba y Mendoza”, según el director de Bromatología, Hugo Piola. Y la hinchada le pide a los jugadores del Juve y de Estudiantes que pongan, justamente, eso.

Dos chicos juegan en la calle con una cuchara en la boca, llevando un huevo hacia la meta fijada, recuerdos de otro contexto.

Dos de estos productos ya están en la peatonal, el fotógrafo gatilla desde su Cannon, la mirada de la gente es de sorpresa, las risas sobrevienen al absurdo. En otro rincón, la narración especializada cuenta que la industria del huevo empezó en la India, con la domesticación de la gallina silvestre de nombre Bankiva. Y la industria de la “huevada” es palabra de los mendocinos.
Símbolo de fecundidad, rejuvenecimiento y abundancia, este producto cuesta en los negocios sanluiseños 60 centavos cada uno.

El absurdo moviliza la curiosidad, pocos entienden qué hacen un par de huevos arriba de una mesa de pool, y un sanjuanino le dice “huevón” a un automovilista. Neologismos tradicionales, cuya carga semántica tiene informaciones varias, según la intencionalidad y el contexto. Los huevos de El Diario siguen el rumbo, un comerciante aprovecha para explicarles que desde Semana Santa hasta ahora los precios subieron escalonadamente. Y la docena de los huevos chicos que en marzo costaba $2,80, ahora sale cerca de $5.

Para esta altura de la nota, el tema se torna intrincado por las figuras imaginativas que se despliegan por la mente de los lectores que en este momento, mientras leen, tal vez, “estén haciendo huevo” (en la cocina o en el trabajo). En la Argentina, en donde los usos semánticos duales en las palabras rigen la creatividad como idiosincrasia, el día mundial del huevo genera, en cada imaginario, el llamado al doble sentido. Y, con el paro del campo, los problemas financieros del primer mundo y la caída de las bolsas, hoy alimentarse a base de este y otros productos cuesta un…

El folclore del fútbol tiene especial fijación por la palabra, transformando el sentido del significado, lanzándolo como grito de guerra, un pedido desesperado hacia algún jugador, cuando la cornisa del partido arrecia y alguien, casi sin respirar, exhala: “Poné huevo Riquelme!!”.

La nutricionista Cintia Ortiz le expresa a nuestros cronistas de turno sus conocimientos sobre el tema y compara sus calorías con las de una” fruta mediana”. Y les dice: “El huevo le brinda al organismo la mejor e incomparable proteína encontrada entre todos los alimentos”.

Siguen las risas en la peatonal y en las calles y la mirada de extrañeza ya pasa a ser de complicidad. Llega el chef Pablo Abdala, mira a los cronistas-huevo y aclara que éstos son “la base de la cocina”. “Porque le dan color, sabor, minerales y proteínas a las comidas”. Realidad incandescente que, sin embargo, se enciende por la extrañeza, y el juego en la calle revive: un grupo de estudiantes le tiran huevos a una chica que acaba de cumplir 15 años. Desde un balcón próximo, alguien que prepara un suflé se lamenta por el desperdicio. Un perro vagabundo come cáscaras de huevo, sin saber que eso que come podría generar, en el futuro, hidrógeno. Esas cáscaras que han sido motivo de investigación para muchos científicos y sus características devinieron en paradigma para el diseño y construcción de aeronaves.

Los inadaptados cronistas posan frente a la Catedral, y se preocupan porque desde el Ministerio del Campo, José González Riollo, expresa que el martes firmarán un convenio para que algunas familias trabajen con las incubadoras de la escuela agropecuaria de Naschel y produzcan huevos tras un criadero de pollos.

El huevo de Pascua, celebración de los más chicos que disfrutan del chocolate llegó a Estados Unidos como idea de algunos europeos residentes en el país nórdico. Desde entonces, cada domingo de Semana Santa los niños, con ese tema, rompen inconmensurablemente los... Los huevos, buenos para la vista, son la base de la mayonesa (en Villa Mercedes, por ejemplo, la fábrica Niza realiza los productos Natura). Hoy, en Argentina finaliza la Tercera Semana Gourmet del Huevo en conmemoración de su día (en 153 países). Principal elemento del desayuno “yanqui”, a riesgo de ser consumido en una tortilla, los dos personajes se retiran de la peatonal sanluiseña. Su única defensa, parece ser, su alto contenido en colesterol.


Pablo Zama

miércoles, 8 de octubre de 2008

Retazos-de-insomnio



1
hay un mundo detrás del mundo


la mirada persuasiva difiere de esta


eclosión instintiva


los caminos son


estiércol repugnante, a veces


o tienen la pesadez de lo impensado


eso que atrae en la compulsa por


este grito que tiro a la deriva


todo el tiempo


2

Sé que el estruendo, el grito, la mansedumbre, las letras que exhala la lapicera, el miedo a no percibir el temor de esos que están a mi lado, todo, se disipa con el fuego póstumo del mero lamento.


Y la lluvia, y el viento, y ese lado más atormentador de la vida contribuyen a romper el equilibrio, dosis ambivalente del lado esquizofrénico de la gente. La lluvia depara, creo, porque me parece percibirlo, mi karma de forastero.


3
en su rincón austero

el obrero se juega los días

en cada minuto

en esos momentos en que

enciende su pasaporte

hacia lo desconocido

por eso, comprendo:

la inestabilidad tiene nombre

y los honores no se reciben gratis

hay un rito en cada minuto

mientras tira la loza

en el andamio de cada día

en la rutina que pega–duro

no hay existencialismo que aguante

encaramado en la podredumbre de

los pensamientos que sobrevienen


la loza está casi lista

los ruidos que llegan desde la calle

son el fundamento exiguo

en los que se amparan los minutos

trágica dilación–resurgir

ruido incandescente amorfo

colapso ciclotímico del poder

que está todavía lejano–inaccesible

el obrero tira la loza

y a nadie le importa

que los días, los minutos

se disipen bajo esas circunstancias

que ya a nadie angustian


4


confieso que he viso

mierda por todos lados

esa es la insurrección que vale

comerse las pestañas leyendo

aplicar lo que se aprende

del lado de los sinrostro

tal vez esa sea la sublevación

el único fin

dentro de este fin

nutrir los ideales

correr para siempre

al lado de los que

se inmortalizan

para aprender

que el mundo no es esto

y sentir que se eriza la piel

con la amargura, el desprecio

la desilusión, el desgaste

las ganas de gritar

el miedo de tirar todo a la mierda

y no vale tanto

cuando lo pienso

y lo veo en mi cabeza

no vale por cuanto

todavía no me encierro,

al menos del todo

porque percibo que todavía

hay gente adelante

y clandestinos que no juegan

porque hay miedo a la opresión

miedo al miedo

en los temores que son

solemnemente eso:

el claustro de los desesperados


5

es penal
la ejecución llega
tal vez, lo último que haga

desde la ignominia
otros disipan su temple
y los gritos caen a cataratas

en el camino a la desidia
ya casi no lo miran
hay silencio

escucha el impacto
la red no se mueve
sobreviene el espanto

y llueve, de repente
y hay olor a miedo
la meta es invisible

hay gente del otro lado
no puede escapar
pésima dilación

cae el espíritu
tras ruido de abismo
y ya casi no hay luz

conoce el pavor
y grita en el desquicio
sale en la portada

ser inmaterial
llora en la penumbra
tras soplo agónico

y fue tiro directo
y le explota la sien
y ya no respira



Pablo Zama