martes, 21 de octubre de 2008

Cuento futbolero:



La profecía de un potrero

"El rincón engañoso de un barro apocalíptico entraña horas de emoción sobre una esfera de cuero vacuno, taladrada por puñados de pies sudorosos. La furia encantada respira fútbol a cada instante y se alienan sentimientos encontrados en la crítica al barro. El potrero supo ser la fábrica de gargantas inflamadas y venas a punto de estampido, tras el placer efímero de una red irrumpiendo en gol. Tras la red perdiendo su virginidad por un pie que, en violenta acción, estrella su incoherencia sobre la esfera vacuna, reventando piolines enganchados al sórdido aluvión de gargantas atónitas en el fuego interno del sentir futbolero....."


El firmante de este manuscrito encontrado en la Ciudad Capital de San Juan es un tal J. R. EIBEN. Según tuve la oportunidad de conocerlo, un novato escritor pero gran futbolista consagrado en el potrero.


Esta devoción al fútbol impregnada en una página de quién sabe qué cuaderno generan hoy muchas suposiciones sobre la vida de un misterioso hombre, y en estos momentos las imágenes del pasado suelen estar a la orden del día.

En charlas recuerdo lo infrecuente de las tardes sin fútbol en el barrio. Y el viaje hacia el pasado tiene todavía ese gusto a potrero que dirime una nostalgia cruel. El chaleco de crack era para pocos. Pero ahí mismo lo había visto, en ese recuerdo. Lo vi otra vez con esa estampa de hombre seguro, de piernas enredadas en fortaleza y cuerpo erguido como caballero de lucha. Tal vez por mi escasa habilidad lo veía como a un grande. Juan Rubén Eiben era hombre de toda la cancha. Muchos comentaban que lo habían visto venir del norte, tal vez de Salta. Pero faltó poco para que diluyera su fachada de forastero y así convertirse en solemne adopción del barrio. Una zurda que embriagaba el horizonte y hacía salir el sol en cada apilada, era su mortífera arma. Juan Rubén solía mirar con desprecio al adversario, como si éste estuviera planeando su destrucción. Sin embargo, más de una vez conversó conmigo y yo era adversario ocasional cuando los de la tapicería Don Braulio (lugar de trabajo de Juan Rubén) venían a desafiar a los de la bicicletería ALSMAR. Esta bicicletería era propiedad de los Vega, una familia emparentada con el ciclismo de competición, pero amante del fútbol. Yo estaba laburando en ALSMAR hacía ya seis años y medio. Había conversado con el misterioso Eiben y no me pareció soberbio ni mal intencionado, como se murmuraba en la calle. Eiben era de pocas palabras pero de extensa gesticulación (mientras hablaba movía a menudo sus brazos subrayando cada palabra). Era un tipo bastante culto, y yo empezaba a presumir que también escribía. Aunque suponía tal cosa, a mí siempre me deslumbró su manera de dejar hombres en el camino y esa potencia propia de un caudillo hecho en el sacrificio. Juan Rubén se parecía a sí propio cuando jugaba al fútbol, y es que no tenía similitud con nadie que conociese.

Algún día en un enfrentamiento de tapiceros y bicicleteros, lo vi deslumbrando ocasos. Claro que nosotros, los de ALSMAR, solíamos intentar el ataque permanente, y eso era mortalmente delirante teniendo enfrente a los de Don Braulio, con Eiben arrasando el mediocampo. Avance nuestro, contrapartida tapicera, gol contrario. La monotonía era tal que sólo Juan Rubén ponía la nota de color. El supuesto norteño amasaba el balón, lo dormía y lo hacía vibrar, todo de una sola vez.

En este momento sobreviene a mi falta de entendimiento a tal fenómeno de patear una pelota y sortear piernas ajenas, una de las pinturas más sobresalientes de este recordado Eiben. Un día, indeterminado ahora por mi memoria, fuimos a jugar con los de Don Braulio a orillas de una fábrica, creo que de desodorantes, en la zona de Chimbas, en el norte sanjuanino. Todavía sobresale de mi archivo futbolístico el recuerdo de haber llegado a ese monumental pero improvisado estadio; de tierra dura pero siempre húmeda; de arcos de madera de álamo imperfecto y de reglamentarias medidas marcadas con cal viva. ¡Claro que eran medidas reglamentarias!, pero eran reglamentarias para los potreros que aquí circundaban el espíritu dominguero. Llegamos, entramos por una puerta improvisada de cartón prensado en medio de la tela de alambre que servía de perímetro canchero. Ingresamos, y como un flash pude ver las banderas albiazules que flameaban frente a un puñado de 50 hinchas que Don Braulio había convocado. De entrada ya éramos visitantes. Eiben parado a un costado del arco del sur sólo atinaba a mirarnos y desafiarnos a cada instante. La pelota vino a la mitad de la cancha. Juan Rubén ensayó una especie de aullido intimidatorio. El balón en juego. El reloj en movimiento. Y nuestra dignidad casi en descenso. Los de Don Braulio se adelantaron y a dos minutos del inicio comenzaba el fegreso futbolístico para los de ALSMAR. Perdíamos 1 a 0 pero con promesa de mucho más.
Se me viene a la mente una jugada típica de Eiben. Solía llevar el fútbol al costado izquierdo. Y ahí, pegado a la línea, dejaba de lado una marca de al menos 3 hombres. Eiben se adelantaba en el mediocampo y, al ingreso del área rival, siempre pisaba el fútbol. Un poco, creo, para deleite de su hinchada, y otro para la amargura acostumbrada de nosotros. Antes de ingresar a la zona candente Juan Rubén sacaba un terrible zurdazo que sacudía nuestras palpitaciones, y se incrustaba con seguridad en alguno de los ángulos superiores del rectángulo formado por los palos de álamo joven. Así fue el segundo y, muy parecido también, el tercer gol en disfavor nuestro. Caía el atardecer en el potrero y con él devenía el ocaso para la bicicletería ALSMAR. Otra vez perdíamos y de la mano de un tremendo jugador, de la mano de Juan Rubén Eiben. Él solo era el equipo contrario, él mismo era ídolo y verdugo a la vez. Tan ídolo que al terminar el partido cruzó toda la cancha corriendo como un tigre de bengala en medio de una geografía elevadamente fría. Y al llegar, me hizo un guiño de ojo enfático invitándome a su lado, y me dijo: "No importa pibe. Si el fútbol es nada más que esto. Es un circo potreril; una simulación donde se disfruta; un teatro donde unos son protagonistas y otros obreros. Donde algunos son espectadores y otros ni siquiera quieren ver por miedo. Esto es así amigo. El fútbol da ubicaciones para todos. Es la vida misma hecha potrero. Mientras unos ganan, otros pierden. Pero todos somos parte de lo mismo, somos parte de la emoción de un domingo en derredor de una pelota.....".
Eiben me había dejado una sutil pero directa enseñanza, y yo ya no dudaba de la admiración que empezaba a encenderce sobre mí en torno a él. Eiben fue (o es, porque no sé si vive todavía en algún que otro potrero de vaya uno a saber que geografía futbolera) un misterioso forastero, un tipo callado, pero que hablaba cuando era necesario. Eiben era un futbolista curtido por el barro de potrero, un profesional de la madurez futbolística, y también de testimonio de vida. Hoy no se sabe adónde está, tampoco se supo cuándo se fue. Pero el barrio lo recuerda, y San Juan adora esa zurda temible y querible al mismo tiempo.

Pero..... ¿quieren que les confiese algo?, a este instante dudo si JUAN RUBÉN EIBEN en realidad existió, o si solo fue una ilusión de los, por aquel entonces, pibes del barrio.....


*Relato publicado en la antología del Primer Encuentro Internacional de Escritores en la provincia de San Juan (año 2005). También fue publicado en la revista El Superclásico de San Juan y leído en Radio Mitre (Bs. As.) y Radio Vida (San Juan).


Pablo Zama

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