jueves, 23 de junio de 2011

Rumbo a las primarias:


Río revuelto

Ya pasó la experiencia de una campaña sucia que tuvo ribetes inesperados a favor y en contra de la enmienda constitucional. Ahora la provincia se prepara para las elecciones del 14 de agosto en un contexto de candidatos que se bajan de una vereda y se suben a otra como un trámite común, y con presentaciones a la justicia electoral buscando forzar internas en dos departamentos.  

Río revuelto o rebelión en el patio trasero. Se vienen las primarias y ya se destaparon varias cacerolas. La carrera hacia las elecciones del 14 de agosto dejó al descubierto algunas ambiciones tal vez solapadas bajo el manto de la espera. Pero parece que se impusieron la ansiedad y la ambición nomás. Hay quienes no pudieron soportar que el conductor del Frente para la Victoria, el gobernador José Luis Gioja, no los ungiera en otra elección y, mientras alguno –Luis Martinazzo- salió al ruedo de las rupturas partidarias cambiando de camiseta, otros –Ana María López de Herrera y Franklin Sánchez- decidieron desobedecer al jefe del oficialismo y realizaron una presentación a la justicia electoral buscando una batalla en internas. En la oposición, tras la retirada de Mauricio Ibarra del Frente Todos por San Juan para volver con el basualdismo, hubo fisuras que llevaron a duros cruces entre el rawsino y Rodolfo Colombo. También Alfredo Marún salió a rebatir la actitud de Ibarra y dijo que su acción “le hace mal a la política”.    

En el PJ, Franklin Sánchez, titular del partido Forja, adherente al oficialismo, pidió ir como contrincante de Jorge Barifusa en Jáchal, pero para el Frente para la Victoria sus avales no fueron suficientes: 70 de los 198 necesarios. Lo mismo le pasó a Ana María López de Herrera con el Partido Popular Participativo (presentó 847 avales y le rechazaron 212), que intentó asomar como la alternativa de Elías Álvarez en Rivadavia. Los dos anunciaron que si el tribunal electoral no los ampara, renuncian al gobierno: Sánchez es director de Desarrollo Sustentable de la Secretaría de Minería y López de Herrera, directora de Defensa al Consumidor. El jachallero fue aún más lejos y dijo que está dispuesto a dejar la política si ve derruida su chance de intentar pelear por la intendencia.

Uno que también salió al cruce pero ganó es el ex intendente chimbero Antonio José Camacho, que dio a entender que si Gioja no lo avalaba era un despropósito. Pero a los días salió a decir que el Gobernador le confirmó las internas mediante un correo de voz en su celular. Ahora Pepe Camacho y el actual jefe comunal Mario Tello se medirán para saber quién va a las urnas en octubre como candidato en Chimbas.
Mientras todo eso acontecía en el oficialismo, en la vereda de enfrente Colombo e Ibarra parecían volver a jugar a ser amigos. “Reconozco que me equivoqué”, lanzó el ex intendente de Rawson. Colombo acusaba recibo y dijo que Ibarra lo llamó por teléfono para acercar posiciones, pero jamás se desdijeron: lo dicho, dicho está. ¿Qué había dicho Colombo?: “De la traición no se vuelve”.     

Le dio con el stick

El caso más resonante de ruptura con el oficialismo fue el de Luis Martinazzo. El ex intendente de Santa Lucía pretendía ir a internas para disputarle la jefatura comunal al actual intendente, Aníbal Fuentes. El 6 de junio, Martinazzo fue internado por un fuerte dolor en el pecho, pero descartaron un infarto. Tres días después apareció por Casa de Gobierno para charlar con Gioja y pedirle el aval para ir a internas. Salió del despacho del Gobernador y, sarcástico, apuntó contra Fuentes: “Quizá algunos se frotaban las manos”. Pero el 16 de junio, sorpresivamente, el hombre de familia hockista direccionó el stick con otro rumbo y dejó boquiabiertos a sus ahora ex correligionarios. Pegó el portazo y se fue a conversar con Rodolfo Colombo, anclando como precandidato del Frente Todos por San Juan a la intendencia santaluceña. “No le daban los votos”, se mofaba Fuentes; mientras al Gobernador le daba “pena” la actitud del ex senador nacional.                

En el Frente Todos por San Juan, Enrique Conti decidió aislarse de cualquier candidatura y apoyar desde el silencio. En el Frente Unión Producción y Trabajo pasó lo mismo con Ibarra, en momentos en los que  Roberto Basualdo (que antes del 8 de mayo, en plena campaña por la enmienda constitucional, dijo que iba a ir como precandidato a senador) se animó a anunciar que si gana la gobernación en octubre creará la figura del jefe de gabinete, que será ocupada por el senador nacional puntano Adolfo Rodríguez Saá (en San Luis los Rodríguez Saá crearon ese cargo el año pasado, siendo ocupado por Claudio Poggi, que ahora disputará la gobernación de aquella provincia –es la primera vez desde 1983 que el doble apellido “R.S.” no suena en una elección a gobernador-).

En ese atolladero de idas y vueltas en los frentes electorales, el premio mayor a la gambeta se lo llevó Emilio Mendoza en Caucete, que quiso generar internas volviendo, sin que lo hayan llamado, a formar parte del Frente para la Victoria. Pero la jugada no gustó en las altas esferas del pejotismo local y “el Emilio” tuvo que quedarse con las ganas nomás. Juan Elizondo irá por la reelección en esa comuna.

En este río revuelto de idas y vueltas en los frentes electorales, de traiciones y de gatopardismo, habrá que ver quién es el pescador que se quedará con la ganancia en esas primarias que ya han despertado, como nunca antes en los últimos procesos electorales de la provincia, miserias políticas y humanas de una envergadura llamativa. 


(Nota publicada en el semanario Diario Las Noticias).  


Pablo Zama.

Cambio de frente:



Ibarra, al basualdismo 

De cinturas políticas y gambetas cortas para retomar la jugada que se había desechado. La dupla de ataque opositora Basualdo-Ibarra dejó de lado las asperezas políticas, vuelven a salir juntos a la cancha. El equipo tiene dos DT: los hermanos puntanos ARS.

Cómo en el fútbol, y tal vez parodiando la cintura del Burrito Ortega, Mauricio Ibarra dejó mal parado al Frente Todos por San Juan y sorprendió a sus vecinos opositores del Frente Unión PROducción y Trabajo. El rawsino pretende ser candidato a senador, porque prefiere dar la gambeta segura y no perder la pelota. Eso al parecer molestó a algunos de los integrantes de Todos por San Juan que lo posicionaban como el candidato a gobernador y en el armado electoral habrían saltado algunas chispas: el frente quedó fisurado. El vicepresidente de la Unión Cívica Radical, Roberto Pugliese trataba, en una entrevista radial, de ponerle paños fríos a la situación y, pegado al manual político sin mostrar las cartas a jugar, sin embargo cometió un furcio y dejó entrever que Ibarra ya no iba a ser el candidato a gobernador por esa fuerza. Pero ante la repregunta llevó sus líneas defensivas hacia atrás otra vez, porque se dio cuenta que había dejado al descubierto cuál era la interna en Todos por San Juan.

Más tarde, Roberto Basualdo apareció en una entrevista televisiva y no sólo le dejó las puertas abiertas a Mauricio Ibarra para volver a su lado, sino que dijo que “el Adolfo” (como se lo conoce en San Luis al senador Adolfo Rodríguez Saá) “tuvo una reunión” con Ibarra –el diputado nacional en los papeles pero intendente de Rawson en la práctica- y consiguió imantar la relación rumbo a la campaña presidencial de “el Alberto” (hermano de “el Adolfo”) y atraerlo a sus filas. Ibarra, que en la conferencia de presentación oficial del Frente Todos por San Juan había dicho a los gritos que algunos “son soberbios y prefieren estar solos”, justo días después de romper con Basualdo, ahora cambió de camiseta y jugará para el equipo basualdista –en San Juan- y rodriguesaista –en la nación-. El senador nacional y ex corredor de autos apretó el acelerador en la TV y ante las requisitorias periodísticas dijo que la “única diferencia” que tuvo con Ibarra fue en el apoyo a nivel nacional a los Rodríguez Saá. Pero como el rawsino se reunió con el “presidente por horas” en el 2001 -que quedó en la historia por haber declarado el default-, el escenario cambió.

Con la cancha enlodada, los integrantes del Frente Todos por San Juan sin embargo aparecían cautos. Y desde el Frente Unión PROducción y Trabajo recibieron el cambio de frente de inmediato (Guillermo Baigorrí –apoderado legal de Producción y Trabajo- dijo que el ex intendente de Rawson “es bienvenido”) y le cedieron el pase otra vez a Ibarra. Habrá que ver, ya con la decisión tomada del cambio de frente, cómo repercute esto en la imagen de los dos líderes de la oposición. El mes pasado Basualdo, con la enmienda constitucional a punto de ser votada, dijo que iba a ir como candidato a senador y después –por pedido de “el Alberto” y “el Adolfo”- declinó esa postura y se decidió a ir por la gobernación. Ibarra se separó del basualdismo con mucho enojo y dijo que no apoyaría una candidatura del “gran hermano” puntano a la presidencia, pero ahora -tras la charla con “el Adolfo” en Buenos Aires- cambió de determinación. Entonces habrá que esperar a ver si la imagen de la dupla de ataque opositor Basualdo-Ibarra, con estas idas y vueltas, sin embargo logra ascender o, como River, se sume en promoción con riesgos de una caída de caudal político importante. Lo que empieza a quedar claro es un punto fundamental: los DT –o los padrinos- de los pilares más fuertes de la oposición en San Juan son dos hermanos puntanos –recios adversarios políticos del giojismo- que, inclusive, hacen base en la provincia para el armado de la campaña presidencial. 


(Nota publicada en el semanario Diario Las Noticias).    


Pablo Zama.

lunes, 14 de marzo de 2011

Tito Nigro: desde el Hogar de Ancianos




El dibujo como armadura contra la soledad




Decidió radicarse en San Juan en la década del ’80, después de la muerte de sus padres en Buenos Aires. Acá sufrió un accidente, estuvo meses internado sin tener a nadie que lo cuide. Por la incertidumbre económica prefirió no planificar una vida con hijos. Hoy dice que se acostumbró a estar solo: “Aunque a veces decís ‘cuándo termina esto’”.


Fotos: Gaby Farías.


Pelo entrecano, lentes gruesos, mirada desconfiada al principio, el hombre de 72 años se acuerda de cuando sufrió un accidente, estuvo seis meses internado y le realizaron siete transfusiones de sangre, sin tener a nadie que lo pueda cuidar. Es Francisco Alberto “Tito” Nigro, el conocido dibujante que recorría las parrilladas de la provincia caricaturizando a las familias, ahora vive en el Hogar de Ancianos y tiene una sola esperanza: poder alcanzar un buen pasar económico. No tiene familia. Desembarcó definitivamente en San Juan en 1987: murieron sus padres y unos amigos sanjuaninos lo invitaron a venir. Tito, además, no sabe qué fue de la vida de su hermano. El artista no pisó nunca más su Liniers natal. En su trayectoria como dibujante consiguió el reconocimiento de algunos medios de San Juan y realizó trabajos para los semanarios “Las Noticias” y “Confirmado”.  
          
-¿Qué es ser caricaturista?
Ser caricaturista es ponerle un poco de humor a los días; elegí el dibujo como un estilo de vida.

-¿No pudo formar una familia?
No me interesó tener niños, ¿para qué, para hacerlos sufrir con la forma de vida que llevo? Yo no podía ofrecerle estabilidad económica a una mujer. Sólo conviví en pareja durante 13 años en Buenos Aires.

Nigro llegó por primera vez desde Buenos Aires en 1970, para el mundial de hockey sobre patines: un encargado de la concesionaria Escobar S.A. le prometió que iba a poder ponerse un stand con sus dibujos en el mundial. Eso al final no se dio pero se quedó cuatro años en la provincia. Amante del tango y admirador del caricaturista Andrés Cascioli, dice que ya hace un año que no dibuja: ahora vive de una jubilación que le dio el gobierno nacional. Sus últimos trabajos se basaron en retratos a los políticos sanjuaninos. Su arma es un lápiz 6B. Y aclara que nunca se “achicó” ante la falta de gente que esté cerca suyo.       
El dibujante recuerda que le escribía algunas cartas a su madre , pero después dejó de hacerlo. Por su situación económica no pudo volver a verla. Se terminó arraigando a San Juan como la fuerza de los tangos del Polaco Goyeneche, a quién le dedicó un dibujo que después vendió: el Polaco con casaca futbolera de Platense.  

Tito llega al hogar de ancianos a comer y dormir, porque no deja de recorrer las calles sanjuaninas más allá de la osteoporosis que tiene en una rodilla. De noche ahora va poco por las parrilladas, no puede llegar muy tarde al hogar.

-¿Cómo hace para vivir en soledad?
Me acostumbré a la fuerza a vivir la soledad. Además, amo la libertad.

Tito se acuerda de Liniers y espera poder visitar a los amigos del barrio. A él la soledad lo trabajó en un molde distinto a la mayoría: cuenta que se fue “curtiendo”, que se hizo más duro. Pero admite que a veces se pregunta “cuándo termina esto”. El hombre termina de relatar su historia, lápiz 6B en mano, hablando de un tango de la esperanza, es “El sueño del pibe”: el grito del cartero en la calle, un recado, el pibe que corre hacia su madre. El club me ha mandado hoy la citación; Mamita querida, ganaré dinero, seré un Baldonedo, un Martino.    






*Nota publicada en el semanario El Nuevo Diario.



Pablo Zama

lunes, 17 de enero de 2011

Nota de archivo: amor a la camiseta


Aroma de potrero, olor Mundial


Fútbol de la B de San Luis, paridad 3-3 entre Unión y San Lorenzo. Casi invierno, previo a Sudáfrica 2010. 


Foto: Pablo López.


En la cancha de Unión San Luis el olor a barro llega hasta la ruta 147, que va camino a San Juan: juegan el dueño de casa y San Lorenzo, por la sexta fecha del Apertura de la B local. Las líneas de cal de la cancha están semidespintadas por el fragor del encuentro futbolero, encima de la tierra mojada por la lluvia nocturna. Pero eso no empaña otra tarde con la redonda paseando a gusto y placer de las piernas desnudas de 22 hombres que no se resignan al frío. Todo es precario, como esa precariedad en la que se hicieron los mejores jugadores del fútbol argentino, potreros de villas escondidas en los suburbios, alejados de la opulencia de las capitales criollas. Adentro de ese cuadrilátero sin tribunas, con el barro que salpica los botines que ya están sucios, se van fraguando múltiples sueños en los jugadores más jóvenes, y surge también la impostura acostumbrada de los más veteranos, que ordenan las líneas de cada equipo como si fueran los dueños de una verdad revelada en el fútbol, tras tantos atardeceres de corridas detrás del balón en un suelo pelado. Juegan Unión y San Lorenzo. Juegan también las ilusiones por la proximidad de junio, y el Mundial que acecha con su capacidad de exacerbar las pasiones. 

Potreros que mostraron la excelsitud y la calidad de grandes artistas del balón, como Diego Maradona, ahora dueño de la conducción técnica de la Selección. Terrenos cargados de ilusión, que van desde Villa Fiorito a los campos ignotos en los que un grupo de trabajadores emulan a sus ídolos para cumplir, aunque sea en la fugacidad de los sueños, con la necesidad de sentirse partícipes de ese mundo de cascos de seis lados que conforman una pelota. En la cancha de Unión hay hinchas que esperan entusiastas un gol del equipo que fueron a alentar. Esos hinchas están pegados al alambrado que sirve como perímetro canchero, bajo el cuadro gris de otra tarde que amenaza con romperse en lluvia torrencial.

Para burlar el frío, Martín Recasens, el 8 de San Lorenzo, y Néstor Romero, el 3 de los locales, juegan con guantes de lana, aunque los brazos quedan a la intemperie ante la tarde gris, porque los únicos juegos de camisetas de cada equipo tienen mangas cortas. Miguel Gómez, lateral derecho y capitán de "los achureros", corta cada jugada y le grita a sus compañeros para poner orden: esa autoridad que le da el brazalete hecho con un pedazo de tela turquesa muy distinto al que usará Mascherano en Sudáfrica. Pero como cualquier reducto futbolero es igual a los demás, casi como Borges dijo que todos los libros son el mismo libro, los roles y la autoridad de un capitán pesa en el equipo como pesa el aire helado que se cuela por entre las mangas de las camisetas y los guantes del 8 de San Lorenzo y el 3 de Unión.

Cuando Jorge Quevedo corre levantando barro por el sector izquierdo de la cancha, barre con la defensa visitante y marca, casi con una cachetada al balón que mueve los piolines estáticos por la humedad, deja por un rato los colores de Unión y vuela en la imaginación sintiendo que acaba de parecerse a Maxi Rodríguez. Era el 2-1 para el local, que había arrancado perdiendo con un gol de  Juan Guerrero, un artillero de raza tal vez criado con el manual de los nueve que merodean el área 18 y no perdonan cuando la bocha está cerca de sus pies, esos delanteros que no tienen la brillantez de la calidad, pero sí la contundencia de la resolución en el momento justo: casi un  Palermo de barrio puntano. 

Después de esa jugada empata Romero, a través de un tiro libre que dejó apolillando en el ángulo a un balón desprevenido, como en cada parábola que logra Verón con su pegada magistral. El que se lamenta al costado del vestuario visitante es  Lorenzo "Porosa" Sosa, de 73 años, ex jugador y ahora colaborador de San Lorenzo. Pese al  lamento,  "Porosa" recuerda que en ese humilde club iniciaron su carrera "Perico" Ojeda y Maxi Bustos. "Yo soy tío de Perico. Él jugaba de arquero y yo lo puse de delantero", dice. La nostalgia también circunda ese olor a barro de cancha mojada. Recasens empata para "los achureros": 2-2; y después pasan a ganarlo con un gol de Guerrero. El baldazo de agua helada, en la tarde surcada por un aire frío que se cuela en las vísceras, llega de la cabeza de Facundo Garro para la Academia: 3-3. Hay inminencia de Mundial: los potreros ya lo juegan. 




Pablo Zama.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Nota de archivo: fin de año en prisión.




Año nuevo, rejas adentro



El 31 de diciembre de 2009 al mediodía los internos del Servicio Penitenciario de San Luis festejaron con sus familias. Hablaron de sus sueños. Un relato desde adentro de la cárcel.       


“Los primeros días de cárcel fueron los más largos de mi vida. Es muy duro estar acá”.
Francisco.

( Foto: Pablo Retta)

“Estoy todo el tiempo pensando. Pienso en que en dos meses voy a tener las salidas transitorias y el año que viene quiero cumplir el sueño de casarme con mi novia, estar más tiempo con mis hijos y conseguir casa propia”. Los ojos, humedecidos, llevan el karma de los malos recuerdos: la detención, el error, la vida que pasa a mínima velocidad en la celda, la vida que duele tras las rejas, el rótulo invisible en la frente de los penados. Preso como número incierto, celda sin nombres para recordar. “Estar preso es como estar muerto en vida”, lacera Francisco, 24 años, la mirada triste, la vista sobre una mesa en la que sólo quedan las migajas de un almuerzo con su gente (la que lleva su misma sangre), un letrero no muy chico (pintado por otros internos con rojo, sobre la pared) que reza: “Hoy es un gran día para la familia” y en cada una de las mesas (hay diez en ese sector): “Un mundo distinto, en cada uno de esos lugares hay otro planeta, cada familia es así”, asegura el joven villamercedino mientras en una esquina del salón pintado de blanco y rojo, hermético, frío, varias personas ríen con una risa sorda de anestesia que esquiva y duerme los malos instantes, casi una mueca que intenta burlar el pasado. Es horario de visitas: año nuevo, rejas adentro.

En el interior del Servicio Penitenciario Provincial hay un mundo desconocido por el afuera, adentro es casi como Bar del Infierno: el afuera no existe. Los fuegos artificiales, el estruendo convencional de cada año reside en la calle y los cimbronazos de euforia se escuchan también adentro de la cárcel, en donde un grupo de hombres levantan las copas, solitarios, y brindan con el anhelo de recuperar la libertad.

Antes, al mediodía, la escena es más distendida. En la unidad Nº 1, de los penados, el clima es de fiesta el 31 de diciembre. Los familiares de los internos llegan con comida. Hay niños pateando una pelota adentro de los pabellones, adonde sus padres residen desde hace algunos años, en algunos casos. Esa misma pelota de cuero, que para los hombres significa compartir, calma la espera tras las rejas y en cada recreo (que se da tres o cuatro veces por semana) la bocha rueda en cada picado, mientras los que no son tan futboleros aprovechan para hablar por teléfono con sus familias. Es el cambio de calendario en la cárcel, un tachón más a otro día y el brindis por un año menos. La espera sigue.

Unidad 1: penados mayores

Casi un mínimo laberinto desemboca en el sector de quienes ya tienen condena en curso. Afuera, una mujer escribe en un cuaderno, mientras espera poder ingresar a ver a su esposo. En el sector de requisas los más chicos dejan algunas pertenencias para poder ver al papá. Al cruzar con custodia las rejas rojas, en los pabellones hay grupos de familias por todos lados. Un joven de no más de 25 años pasa con una camiseta del Banfield del puntano Bustos, pero no quiere hablar con el periodismo. Al fondo del salón, desde un radiograbador salen las letras de La Banda XXI. Pegado a la música, Alán (22), un tajo debajo de la mejilla izquierda, pelo corto y tatuajes en los brazos, cuenta: “Hace cinco Navidades que estoy así”. “Así” es encerrado y recibiendo a la familia para el almuerzo del 31. Mientras eso pasa en un sector, muy cerca de ahí los panaderos del servicio (también son internos) terminan su labor y los carros llenos de pan pasan hacia la cocina. “Hoy, por ser año nuevo, le entregamos un pan dulce a cada preso”, cuenta un guardiacárcel.

Alan, hincha de Boca, amante de la cumbia, el reggaeton y el rock, dice que es “un demonio”, aunque aclara que apenas empiece “la pastoral de la cárcel” va a inscribirse “para hacer salidas transitorias. Eso es lo que deseo para el año que llega”. La libertad es el fin supremo tras las rejas. Alan comparte el día con su padre, su esposa y su hijo, entre hamburguesas, gaseosas y charlas sobre fútbol.

En otro extremo de la sala de visitas hay otra historia, con sueños y nostalgias por lo que quedó afuera. A Guillermo (25) se le dibuja una sonrisa enorme en el rostro y la ansiedad se traslada a sus movimientos nerviosos cuando cuenta que su hija está por llegar: “El día de visita es para mí el más alegre”. Guillermo cuenta que en todos los pabellones hay una pelota de fútbol y que cada vez que hay partido por la televisión se juntan para verlo. En la cárcel esperan por el Mundial. La redonda une a los muchachos, los hermana dentro de su recuperación para la reinserción a la sociedad. El símbolo del tiempo que tienen que compartir hasta recuperar la libertad.

En ese pabellón las imágenes siguen pasando como un vendaval que recorre pasados que dejaron una huella diferente a otras familias. Las nostalgias se cuelan en el aire cuando Alan abraza a su hijo o cuando el nene de Francisco juega al fútbol con su tío más chico, mientras la pelota rebota en las rejas que encierran el lugar.

La espera, la ansiedad

“Que vengan mis niños a verme todas las semanas me da muchas fuerzas para salir adelante y querer cambiar”, dice Francisco mientras su abuela lo abraza y juntos se emocionan. Y sigue: “Esto es como juntar las partes del rompecabezas y volver a armarlo. Quiero salir para hacer eso”. Los ojos se colman de lágrimas que prefieren no salir. “Uno acá se ríe, pero sufre. A veces un nene se enferma y no podés hacer nada. Uno se siente muerto en vida en esos momentos”. Mientras escucha Cadena 3, por las noches Francisco sólo piensa que está “cerca de salir”. Su mujer dice que el tema cuartetero que hay de fondo es “Estás enamorada”. Esperan casarse este año. La abuela de Francisco apunta: “Quiero que mi nieto salga y que volvamos a ser felices como antes”. A las 18, las puertas de la cárcel se cierran. “En la noche brindamos como si estuviéramos en la calle”, cuenta Alan. Los fuegos artificiales ya retumban en la ciudad de San Luis. En la cárcel hay un brindis, rejas adentro.




Pablo Zama.

martes, 14 de diciembre de 2010

El Indio Solari en Tandil:






Viaje al infierno embriagador


A ellos, que en las noches eternas siempre tienen aire para convidar.




(“Esta vez, por fin la prisión te va a gustar")            


“¡Somos una religión culiado!”. Desde el fondo del bondi -que algunos dicen que sale hacia Finisterre y que tal vez sea el último- un fanático, vino tinto en cartón en la mano derecha, remera negra ineludible para la ocasión, sintetiza el sentimiento de cada uno de los casi cien mil fanáticos que viajan desde distintos puntos del país hacia Tandil para la “misa india”. En un juego de los números en el reloj, a las 23:23 el bondi, que no va a Finisterre sino hacia el sur de Buenos Aires, pone primera, y espera no ser el último: sale de la ex estación de trenes de San Luis. Hay un brisa fresca que no llega a dictar el cese de las mangas cortas –vísperas del sábado 13 de noviembre de 2010, el único recital del año del Indio Solari-. Es el viaje al “pogo más grande del universo”, así lo dirá el Indio la próxima noche cuando los pies sudorosos, con olores de distintas regiones en las suelas, salten levantando polvareda y haciendo vibrar los vidrios de toda una ciudad, al compás de Jijiji, como en un trance.       

El colectivo parece Pabellón séptimo. El laberinto es oscuro, no nos vemos las caras, ni las manos, no nos conocemos. Pero algo se quema y algo explota también. Es el rugido de la ansiedad, que se consume en el alcohol del tiempo de espera: cervezas y vino para empezar a entonar los cánticos ricoteros. Este pabellón es distinto: vamos encerrados, sin salida, La casa de Asterión en una pasión difícil de explicar. Somos ricoteros, de las letras inteligentes del pelado de anteojos oscuros y voz singular. Una masa separada espacialmente, pero siempre unida por algo esencial; y sí: “¡Somos una religión culiado!”.

En ruta

“Soy redondo hasta que me mueraaaaa...”. El colectivo atraviesa las calles con una larga previa del recital adentro: ya cantamos para aliviar el viaje de mil kilómetros. Faltan quince horas todavía. En Sarmiento y Ciudad del Rosario dos malabaristas callejeros canjean su arte subterráneo por monedas. En el bondi empiezan a esparcirse las palabras de El pibe de los astilleros, y una verdad que se reproduce entre alguna casta especial de ellas: “Las minitas aman los payasos… y la pasta de campeón…”.           

Hay humo verde en este espacio clausurado para la prohibición a los excesos. El bondi llega a Villa Mercedes. Hay rock en las gargantas –nostalgia de vencedores vencidos-: “Ensayo general para la farsa actuaaall… teatro antidisturbioooss…”. Bardo con la policía: en una estación de servicios no quieren vender alcohol. Alguien se lleva, escondida, una Quilmes. Caen los azules con las balizas de los patrulleros encendidas y el clima se pone espeso. “¿Y el flaco de remera amarilla…. está?” – “Sí, allá está. No se llevaron a nadie”. El pabellón ricotero sigue su camino. A pocos metros, un grupo de pibes de pelo desaliñado y minitas con los pantalones de distintos colores y de jean, remeras llamativas –de Los Redondos-, suben al bondi en Mercedes -algunos, por lo bajo, les silban mientras les miran el culo-. “¿Cómo es tu nombre?”; “Noelia”. En el colectivo ya hay conservadoras con más alcohol y el grito por momentos crece: “Mamá, mamá yo quiero… que salga el Indio, que salga el Indio… y todo el año es carnavaaall…”. Sanluiseños y villamercedinos pasan, en la misma madrugada, de rivales a amigos (antes hubo cánticos en contra de los segundos): pertenecen a la misma tribu ricotera gigante que recorre las rutas argentinas.
A las tres menos cuarto, el control policial hace que los cánticos, por pedido de uno de los coordinadores del viaje, cese. Guardamos el alcohol. Pero los azules no suben al bondi. “Policía, policía… la conchadetumadre...”, cantan dos por lo bajo. 

Dormimos. La madrugada le pasa factura al día laboral que precedió al inicio de la aventura. Tal vez viajemos en sueños a los escenarios de las letras del Indio y podamos comprender, por ejemplo, por qué “el Cebolla no pudo más y se degolló por miedo” escapando del pabellón, entre las llamaradas de los colchones encendidos en la fuga.  

Tandil

Despertamos y ya estamos en Baires. El sol parece estar a punto de hacer explotar los vidrios del bondi, y la cabeza de los que sufren algo de resaca. Todavía hay restos de humo verde en el aire. A las once menos diez el colectivo frena en una estación de servicios. Alguien –maliciosamente- especula: “Dicen que murió Cerati, ¿será verdad? Seguro que el Indio esta noche va a decir algo si pasó eso”. Tres horas más tarde, el destino: hipódromo de Tandil. 

Entre humo de asados a la vera del camino, tipos barbudos y desprolijos, con cervezas, vinos y fernet; minas con remeras negras semidesteñidas y pantalones apretados a la provocación; banderas con frases ricoteras, estaciones de servicios saturadas de gente y calles laterales a la ruta principal en un paisaje de hormiguero gigante y repentino; entre ese escenario superlógico empieza a cimentarse la noche de pasión rockera que está a escasas horas de suceder como un vendaval de sólo dos horas que dejará sus “secuelas” para siempre.   

Todavía falta bastante para el show. Una estación Shell –cerrada, tal vez por la cercanía del temblor ricotero en la ciudad- es usurpada por los fanáticos. Los trapos chocan con el aire, mientras los brazos agitan la siesta con movimientos acordes a los cánticos futboleros que esta vez van dirigidos hacia el Indio y la nostalgia por Los Redonditos de Ricota: es el feedback por lo que las letras de Solari le brindaron a las canchas argentinas. La zona de los tanques de nafta de la Shell está llena: “Soy redondo, soy redondo... redondo yo soy…”. El grupo entra en trance, no para de cantar y de saltar. Algunos sacan los matafuegos y empiezan a disparar en distintas direcciones. En las calles aledañas, las remeras del Indio se agotan. Hay humo de choris por todos lados. Y desde los parlantes de una camioneta: “Banderas… en tu corazóoonn… yo quiero verlas, ondeando luzca el sol o no…. Banderas rojas, banderas negras, de lienzo blanco… en tu corazóoonn…”. La fiesta ya copó Tandil, una ciudad tranquila de la abrumadora Buenos Aires.

Previa

En la tarde, ya hay pogo en la ciudad. Vencedores vencidos es uno de los temas que hace mover la tierra de las calles sin pavimentar de las cercanías al hipódromo: “Leyendo diarios en un baño turco… empañando Ray Bans… mascando un hueso...”. Ahí nomás se acopla Yo Caníbal. La música sale de un puesto de venta de choris. Los fanáticos intercambian las cervezas. El clima ya está listo. Los rezagados hacen cola para sacar las últimas entradas para un recital que será escuchado hasta un pueblo que está a treinta kilómetros.    

Empieza el desfile por las calles de tierra hasta llegar a las puertas del hipódromo. Es un pasadizo a las nubes. No hay policías, como en todos los recitales del Indio. Pero los encargados de la seguridad no dejan pasar las cervezas, pese a que antes de cada control hay puestos de venta y adentro del hipódromo parece haber bebida suficiente como para sofocar la sed de todos los viajeros del pogo. “Esta es Ugalde”, dice un viejo canoso de unos setenta años, quién sabe si bien vividos o gastados por el paso del calendario, que no conoce a Solari. “Mi casa es la de enfrente”. Su casa quedó atrapada en el camino vallado que lleva hacia el césped del pogo. Pero el viejo no está enojado. Conversa con un matrimonio que toma mates en la puerta de su vivienda mirando pasar a ese malón extraño que va hacia una jaula aún más extraña, para saltar. “Acá se siente bastante cuando saltan en el recital”. Todos son nacidos en el interior del país. En Tandil ya vieron ese movimiento antes, cuando el excéntrico personaje de lentes negros y pelada brillosa tocó en el mismo lugar. La misa india está cada vez más cerca. Las casas humildes de las cercanías al hipódromo contrastan enormemente con la opulencia de los campos y las viviendas de los dueños de fincas. Tandil es agro-ganadero. Las máquinas para el trabajo en la tierra o con animales constituyen un paisaje común en la zona. 

La puertas del cielo se abren a nuestro paso. El campo es verde y expectante. El escenario: casi irreal. Es Tandil a tres horas del gran sismo. El rebaño sufre de abstinencia. Todos, perfectamente ubicados para el desorden repentino en letras que volarán besando el viento alegre, especial, de la reminiscencia ricotera, esperamos el instante de la gran explosión. Nadie calla lo que sabe sobre el Indio. Los gritos subterráneos de júbilo viajan en la planicie de las pampas y se amarran al escenario que anhela una sola presencia.

La pibas conversan en la fila del baño químico atestado de gente –mientras algunos pibes no aguantan la espera: “Mirá, los chabones están meando la pared”-: “¿De dónde venís?” – “Soy de Avellaneda” – “Sho soy de acá nomás, de Lanús” – “Ah, claro. Esta es la segunda vez que lo vengo a ver al Indio, es gente muy copada esta, nunca hay bardo. A mí me gusta Soda Stereo también, pero no excluyo a otras bandas porque me gusten los temas de Los Redondos” – “Sho fui a ver a Los Redondos en la panza de mi vieja, así que imaginate… lo mamé desde muy chica a esto”.

La marea se mueve. Empujan y no hay espacio para escapar. Cerca del escenario, las avalanchas esperan dar el grito. Y ya no queda casi nada para la explosión. El pelado extravagante se demora. Las avalanchas cobran más fuerza. Vamos y venimos según la marea humana. Suena un celular: “Hola abuelita, no sabés lo que es esto. Tendrías que haber venido, ‘abu’. No sabés lo que te perdés” (risas complices desde este lado de la línea). Más allá, la especulación: “El Indio es un maestro, tal vez está tranquilo leyendo a Kafka y todos los giles esperándolo acá”.          

La misa

21:53. El Indio sale a escena. El sismo es imposible de describir. Y la emoción invade a miles y miles de fanáticos sometidos al enjambre de la pasión rockera. Un cover para arrancarle la ropa interior a la noche: Jugo de tomate frío, de Manal. Pegado, Un tal Brigitte Bardot.

Falla el sonido. El Indio corta por unos –escasos- minutos y vuelve: pide disculpas –no se persigna-, agradece. Saltamos enloquecidos. “Caen las ramas desnudas que no tiemblan como vos...” y el pelado ya canta sus canciones. Violeta –remera blanca asfixiando la delantera del Barça- ya sube a los hombros de un pibe que no conoce y agita una pequeña bandera con inscripciones rockeras. Violeta parece estar sola en el recital, su remera no es de Greempeace. El pogo espera.

Martinis y Tafiroles mezclados en la noche suprema. Y ahí nomás: Noticias de ayer en los periódicos de hoy –lo de siempre- para darle rienda suelta a la misa. Ya hay focos de incendios que se abren como pulmones para que los cuerpos choquen sin parar en medio de la polvareda del ritual. “¡No lo puedo creeerrr!!”, Viole se mueve encima de los hombros del desconocido. Todos se mueven como Viole; los que pisan tierra firme saltan y cantan. “Voy a exagerar, mi fiebre no es tan alta”, Divina TV Führer precede al estallido del hipódromo con Rock para el Negro Atila.

Fuegos de oktubre intenta calmar la ansiedad. Las bengalas encienden aún más la fiesta-ritual. Los fieles ya comulgan satisfechos. “El tesoro que no ves” serena las almas. Pero vuelve el pogo, y la adrenalina asoma una vez más por el piso verde del hipódromo de Tandil: “…Pueden acaso beber el vino por ustedes envasado (…) este infierno está embriagador...”. Ahí nomás, relato de Horacio, en la pluma y la garganta de Solari: “Pruebo trepar hasta un ventanal, buscando el aire y me balean fiero…” Sonidos del laberinto de un infierno humano, voces que se apagan en la noche que abruma con los miedos, letra que eriza la piel de los casi cien mil fanáticos, que a su término aplauden extasiados.   

Hay rondas, gritos de euforia al cielo tapado por el humo multicolor: desde el pie del escenario hasta más allá de doscientos metros. Noche atiborrada de caos y paz. Y llega un himno. Juguetes perdidos hace que las banderas flameen como si el viento fuera demoledor en el sur bonaerense. “Banderas rojas, banderas negras”. Cuando la noche es más oscura: “Esperando allí nomás, en el camino, la bella señora está… desencarnada”. Viole camina buscando otros hombros para subirse y chocar su figura con el aire masificado en el rock, para sentirse libre otra vez. Siempre hay brazos disponibles, la piba canta sin parar. Las bengalas tapan la visión.

El show lleva casi dos horas, serán veintinueve temas. Empieza a llegar el final de ese círculo vicioso que vuelve sin parar. Yo caníbal salta a escena antes que Vamos las bandas y sus preguntas demoledoras (“¿Y cuánto valen satélites espías y voluntades que creés haber sitiado?”). Los colectivos emprenderán sus caminos de regreso (en las calles de tierra cientos de ómnibus están esperando en fila para salir con distintos destinos), pero ya nada va a ser igual para sus pasajeros. La salida del hipódromo será entre exclamaciones y silencios, entre satisfacciones y la euforia que tarda en irse. Habrá distintas tonadas confluyendo en un sentimiento especial. “¡Qué groso es este chabón! ¡Qué recital!! Fue el mejor éste, impresionante”. Las zonas aledañas al pogo, después del gran remezón volverán a tomar poco a poco el color de pueblo tranquilo. Otra vez el bondi que no fue a Finisterre va a cruzar esos mil kilómetros para volver a San Luis con la cabeza todavía sobrevolando esa experiencia, de una tribu inconmensurable que se reúne para la misa india, ritual pagano rockero que goza con la razón y la creatividad de su Pai supremo. Todo eso acontecerá después del terremoto máximo.

Jijiji

Es de día en la noche del infierno porque después de Flight 956 llegará lo más esperado. Y el Indio, casi parado en el cielo, detiene la viola, mira extravagante a los cien mil tipos y tipas, se sorprende por enésima vez y dice: “Vamos a hacer el pogo más grande del Universo” -en segundos los pies de los fieles se moverán sin parar, la polvareda será impresionante, los focos de incendio se colmarán de cuerpos que chocarán una y otra vez; cuerpos suspendidos en el viento, olvidados de la realidad, con el tiempo detenido en otra galaxia, para volver a sentir ese fuego sagrado-. Y desde el escenario la viola arranca su estridencia exquisita, y el Indio ya no se detiene: es Jijiji. Entonces Tandil, definitivamente, explota:










Pablo Zama.

domingo, 7 de noviembre de 2010

El pintor de Quines:




Baroja: realismo paisajístico






“Jijiji” de Los Redondos (cantado por Baglietto) sale intentando romper con el atolladero de la rutina desde un parlante en el interior de una casa, a pocos pasos de la esquina de 25 de Mayo y San José, en la siesta de Quines. El Indio Solari mira detrás de sus típicos anteojos negros, camisa azul oscura, colgado en la pared, cuadro de la nostalgia rockera (en un presente que intenta emular todavía ese glorioso pasado). Hay también un rincón para Charly: viola roja con la banda que le cruza el pecho, camisa negra, mirada distraída. La música sigue impregnando ese espacio para la descongestión de las estructuras. Es un taller de pintura. En ese escenario hay un hombre creando: es Baroja (Robero Ariel Agüero), pintor realista, conocido por sus dotes de pintor paisajístico: una imagen del “Muro en otoño”, el río de su Quines adoptivo (nació en San Juan y a los seis años llegó al norte puntano) forma parte de las obras que están en la Casa de San Luis en Buenos Aires (representó a la provincia en los festejos por el Bicentenario).

"Soy autodidacta", dice Baroja a los 41 años, después de haber decidido jugársela por un estilo de vida. Tras recibirse de profesor de biología en Quines, la situación económica lo hizo emigrar hacia al sur. "En el '93, cuando empecé a dar clases, dije 'me tengo que dedicar a la pintura'. Pero no tuve suerte y me fui a Río Negro, a un pueblito que se llama Ministro Ramos Mexia. Me fui a hacer terapia" (risas), cuenta entre bastidores, pintura lista para crear y cuadros de retratos y paisajes. Seis años más tarde, Baroja y su señora decidieron volver a Quines ("la tierra tira, este es mi lugar", dice) con el firme propósito de dedicarse a su pasión. "Cuando pinto siento lo que debe sentir el que compone una canción, es difícil explicarlo. Es un momento de vértigo y emoción, y cuando uno termina la obra llega a la satisfacción o hasta el desencanto". La pintura para Baroja "es la búsqueda". Ese lugar interior, oscuro, y difícil de  revelar y de entender en el que Sábato, por ejemplo, ancló como el motor de su obra. La búsqueda del ser en la expresión. Pero Baroja hace un alto (de fondo ya se escucha la letra desafiante y rebelde de "Señor Cobranza", de la Bersuit): "Tampoco vamos a ser hipócritas. Uno hace lo que hace porque le gusta y porque la gente a veces lo reconoce. Pero también uno trabaja buscando una mejora económica".

En la escuela secundaria, Nacional Juan Pascual Pringles de Quines, Baroja ya se perfilaba por el lado del arte: retrataba personas en caricaturas que ya no guarda. Más tarde, su novia (ahora su esposa) le enseñó a pintar. Pintó remeras para vender. Cuando se fue a vivir a Río Negro siguió con la mirada puesta en la pintura: hacía 200 kilómetros hacia General Roca para asistir a un taller. Ahí se encontró con técnicas como el óleo y el acrílico. Después dejó el trabajo estable para dedicarse a su vocación. Y consiguió distinciones tales como becas de arte "Siglo XXI" en San Luis. Su trabajo fue reconocido por el congreso provincial.

"Me sale decir que cuando una obra me gusta siento lo mismo que sentí cuando pinté mi primer remera". Cae la tarde. Pero las letras rockeras no cesan en el taller de Baroja, que sigue pintando. 




Pablo Zama.