La oscuridad. El placer que se bifurca, se nutre del abismo. El grito que se escapa en la noche. El caos, lo apócrifo que se vuelve importante. El miedo a no tenerte. La felicidad de poder mirarte por lo menos lejana. Un sorbo de cianuro y el revólver que se estrella en mis sienes.
Lejos de ese caos alguien duerme y fuma. Lejos de esta vida hay silencios que se estorban en los muros. Presos los sofismas que engendramos destruyen sus argumentos. El presente pasa efímero por entre este trago que ya no recorre mi garganta y sin embargo me quema el alma. Apago el retrovisor. Algo me aturde. Algo me oculta el abismo que sé que reside en alguna orilla que conozco. Algo acribilla la certidumbre. Enciendo la rutina. Algo explota todo el tiempo. Tengo miedo, eso creo. El mundo es de papel, me dicen. Tengo un laberinto que descifrar. Algo estalla. Pero no es nadie, porque estoy solo en esta penumbra. Conozco esa mirada. Esquivo el presente. Corro desesperado a ningún lado. El silencio es aterrador. El túnel es inmenso. Busco la puerta, no hay salida. Grito. Grito hasta enloquecer. No miro a nadie, no veo nada. No hay nadie ya en el túnel. Estoy solo. El revólver vacía su tambor en la penumbra. Lloro. Te percibo. Le miento al destino. Rompo este papel de letras expulsadas desde la niebla. Arrugo las palabras de este futuro incierto. Vuelvo a la orilla del mundo y escribo:
“Todavía escucho esa música. Me estoy esperando en algún lugar. Todavía veo de un ojo. Mi espejo no se ha corrompido aún”.
Salgo a la calle. Nadie percibe que estoy. Camino. Soy anónimo. Soy un número, un código de barra encerrado. Los barrotes resisten mi presencia. El guardia de la esquina mira mi DNI, que no existe. Finjo la libertad todo el tiempo. Algunos creen en la mentira de mi existencia. Están al lado mío, y suponen que no pregunto nada. Entonces te busco. Te veo mientras leo:
“El grito fue en vano. Yo grito sin que un sonido se despegue de mis cuerdas vocales. Estoy contribuyendo a este silencio. Porque hablo sin poder decir lo que realmente quiero”.
Me levanto en esta noche. Caigo sobre mi escritorio. Estoy todavía en la oscuridad. Prefiero no prender la lámpara. El café está frío. Escribo hasta enloquecer. Me despeino. Me quedo sin ropa. El sudor se vuelve insoportable. Intento despojarme de este silencio. Rompo el papel sin poder leer la primera línea. Destruyo las frases. Todavía escucho esa música. Estoy mareado. Choco contra la pared. Caigo sobre el piso. Estoy desecho. Me levanto como puedo. Fumo y bebo sobre mi pensamiento. Decido mirarte. No hay relojes en la oscuridad. Siento impotencia. Pero todavía veo de un ojo. Siento el caos. La soledad me apabulla. Llevo varias horas sin dormir. Escribo sin parar. Pero rompo cada papel. Me alejo del escritorio. Le pego al espejo hasta trisarlo. Los vidrios no me cortan. Me acerco a la cama. Te contemplo sin recordarte. Estás destapada. Ya no escucho a nadie. Fumo sin querer hacerlo. Te miro desde la orilla. Me acerco. No salgo de la penumbra. Me acuerdo de la libertad. Te estoy tocando. Sigo escuchando esa música. Me acuesto. Viajamos en el túnel. Te miro. Te escucho a lo lejos. Mis cuerdas vocales deslizan algo. No existo, pero al menos vivo. Me acerco. Te digo: “Te amo”.
Pablo Zama.
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