viernes, 7 de marzo de 2008

El día en que salté la barrera


(Cuento publicado en la revista El Superclásico de San Juan y leído en el programa "Contame una historia" de Radio Vida de San Juan en el 2007)


Era el perfume a camarín alumbrando una vez más mis reminiscencias, olfativas, no sé..... Pero el eclipse mental y las ideas de avasallarme sobre el campo de juego fueron el impulso para un día especial. La popular ardía como nunca, era el partido de mis sueños, y yo estuve ahí. Después de que la pelota pasara la línea de meta la piel se me volvió un cóctel de recuerdos hacia futuro; definitivamente ése iba a ser un día de gloria.....

Cuando dije que iba al partido, en mi casa más de uno creyó que lo mío era un impulso transitorio, que desistiría porque íbamos de punto. Pero..... ¡era la final del regional! Estos estaban locos si creían que sólo era un momento de ímpetu acalorado. Esperé toda una miserable, larga, monótona y angustiosa vida para hacer ese gol.
Llegué a casa de Eugenio a que me lustrara los botines como nunca antes alguien los había lucido. Era todavía temprano y hasta me dio tiempo para avisarle a Carucha que ya tenía las entradas para él y que llevase consigo la filmadora porque iba a ser un momento histórico. Preparé todo tan minuciosamente que la imaginación parecía estar sellada en una realidad tangible, aunque toda esa realidad era sólo una proyección sin verdad todavía en vista.

Cuando las agujas del reloj de pared de la casa de mi suegra marcaron las 4 de la tarde, enfilé como un rayo asesino hacía la ruta 20. Casi inmediatamente abordé el Ford Sierra de Carucha. Él, junto al diario del lugar, iban a ser mis testigos de lujo, mis mejores comprobantes de que no soñé tal fenómeno.

Al llegar, el escenario parecía ser bastante alentador en la cancha del Club Pilares de Gardel, que recibía a mi Instituto Piñares con un césped impecable; ni la gramilla de mi torta de cumpleaños número 10 lucía un espectro verdoso tan invitante como este. Las pupilas se aniquilaban de emoción cada vez que miraban la inmensidad de nuestra popular. Estaban todos, nadie faltó a la fiesta. Mi viejo, ya en el cielo, debe haber estado expectante junto a San Pedro mirando el desenlace de mi apilada hacia el área contraria. Hasta mi vieja recuerda la transmisión de Radio Nacional cuando el relator estaba atónito y la garganta se le había confundido con el corazón en un lugar poco conocido para él. Es que en ese momento Miguel Fuentes creía estar inmerso en el hecho más insólito de su larga vida periodística, creía estar relatando dentro de su inconsciente, o por lo menos en un sueño ajeno. Al comenzar ya lo iba percibiendo: "La pelota va para Madelón. Inmediatamente surge con firmeza Salinas que manda el esférico lejos de todo problema; lateral para Piñares..... En este instante comienza a preocupar la situación en las populares, tanto visitantes como locales poco a poco suben sobre el alambrado olímpico. Pero el partido continúa y dominan los ´gardelitos´ hacia el sector del callejón derecho; allí la tiene Esteimer que deja dos hombres en el camino, la pone en diagonal ahora para Torres. Éste que no llega al cruce y la pelota se va al saque de meta para los visitantes....."


Mi momento todavía no había llegado y me mordía los labios esperando la oportunidad de ser por primera vez la tapa del diario La Mirada del Pueblo. Surgían embates terribles en nuestra área, nuestro mediocampo se confundía con la última línea creyendo estar al borde del nocaut. Esos hipócritas eran imparables. Sí, los de Gardel. Ellos mismos solían burlarse de su apodo de hipócritas. Esa marca se la ganaron el día en que perdieron un partido frente a Sportivo Del Faro sólo para perjudicarnos a nosotros, ya que marchábamos segundos atrás de Faro en la última fecha. Esa tarde, ellos relegaron su propia clasificación al campeonato inter-regional nada más que para malograrle el triunfo a Piñares. Después de la infamia el negro Leanza, técnico de Pilares de Gardel, lloraba frente a las cámaras diciendo que habían hecho todo lo posible para la clasificación. Inmediatamente un periodista no pudo conservar su supuesta imparcialidad y a la voz de su corazón sentenció: "¡son unos hipócritas!". La imagen dio vuelta por todo el país y desde allí lo hipócritas son los de Gardel.


No creí demasiado en los prejuicios ajenos. En el barrio todos me decían el loco, solían gritarme que era un inútil, que tenía los pies redondos. Yo sólo sabía pegarle de chanfle, porque el dedo pulgar, ese frustrante dedo gordo, lo perdí en un accidente en moto. Una de mis piernas fue a dar contra las ruedas en movimiento de un camión de conservas de la fábrica Melcar, y desde ese día me tuve que olvidar de usar ojotas. Es así como me perdía goles hechos, olvidando que la pelota carecía de equilibrio sobre el frente de mi pie diestro. Nunca me voy a olvidar de aquel día en que jugando en el baldío de Villa La Esperanza quedé solo frente al arco, sin arquero, sin defensa y servido a mi destino, pero la tiré al córner. Era una ominosa discapacidad para darle llegando por el medio.


Pero lo de la tarde soñada fue distinto, ese día supe acomodarme para elegir el mejor lugar para el chanfle. Antes de eso, el Pájaro Fuentes hacía futurología: "El árbitro Guirado todavía no ha tomado conciencia. Señor oyente, esto puede ser poco menos que una catástrofe; lo hinchas se acercan peligrosamente a la cima del alambrado. Radio Nacional no se quiere hacer responsable de lo que aquí pueda pasar, por eso sugerimos a los dirigentes que tomen cartas en el asunto, el destino del partido puede cambiar si uno de estos inadaptados ingresa al rectángulo verde.....". Nadie le creyó a Fuentes porque siempre tuvo fama de relator de irrealidades, en los clubes se lo acusaba de inflar más de la cuenta las acciones de los espectáculos deportivos. Es más, cada vez que surgía una burla callejera de maliciosa mentira se solía acudir a la expresión de asegurar que era "de buena Fuente", parodiando el apellido del locuaz relator.


Igual yo estaba dispuesto a vivir mi fiesta sin que me la arrebatase alguno de esos que se creen videntes del fútbol. Recuerdo que Carucha se comía las uñas al ver que Piñares no daba pie con balón dentro del campo de juego. Los muchachos estaban desorientados. Nunca lo había visto al Flaco Fleita tan asustado en la marca, ni creí que, al otrora excelente delantero Madelón la pelota le quemara tanto en sus entrañas como para deshacerse de inmediato tirándola a cualquier lugar. Se venían los de Gardel y la sentencia parecía estar firme. "Cero a cero señores, pero aquí nada está dicho. El balón viene al mediocampo para que domine como en toda la tarde Olivares, ´el chueco´ la mantiene bajo su botín izquierdo. Avanza una vez más Pilares de Gardel ahora por intermedio de Pereyra, el 8 que ya la suelta para Marcelo Castro. Atención que viene el remate de Cassstroooooooo!!!!!!!, y la pelota le saca chispas al ángulo superior izquierdo del Paraguayo Esteche!!!; se acaba de salvar otra vez Instituto Piñares....." Parecía la crónica de una muerte anunciada, los relatos de Nacional le taladraban el oído derecho a mi vieja que siempre seguía los partidos entre sueños, mates y rebanadas de pan casero untadas con mermelada de durazno. Sentía cada vez más cerca mi instante de gloria, estaba ansioso; el Carucha me hacía señas a lo lejos anticipando que el partido se iba. Efectivamente era así, el cronómetro disparaba 45 minutos de la segunda parte, tiempo cumplido. El juez del partido decidió adicionar nada más que dos minutos. El grito fue unánime: "¡estas loco, payaso!". Sentía una mezcla de impotencia y presagios alegres. Pero en ese efímero tiempo de mi vida entendía que nos quedábamos sin campeonato, que sólo ganando se tiraba a la basura toda una mufa de veinte años sin triunfos, y nada menos le podíamos arrebatar la historia de esa gloria a los hipócritas de Pilares de Gardel, nuestro rival de toda la vida. Fue cuando pensaba tal cuestión que decidí cambiar el escenario que las estadísticas reflejarían algún día, lo supuse cuando el cronómetro diluía su participación en sólo 35 segundos más. Apenas ingresé tomé posesión del balón. No quise mirar a nadie, sentí una ráfaga de gritos de Carucha que se transformaron en algo así como un hierro al momento de fundir, traduciéndose en un calor inconmensurable que me agilizaba los pies como nunca. Arranqué por la zona izquierda, cruzando hacia el carril de la derecha buscando el mejor perfil para mi chanfle, y en ese lapso pude ver la cara de sorpresa de los de Gardel que no sabían si marcarme o dejarme pasar. Pude avanzar por entre la mirada atónita de cinco rivales. Luego, costeando el área grande, siempre sobre la derecha, divisé al arquero Paredes haciendo todo tipo de señas en el sector del punto del penal. Cerré los ojos, saqué el chanfle más portentoso de toda mi vida. Desde mi nacimiento hasta ese día, todo pasó frente a mis ojos. La pelota hizo una parábola diáfana delante de un ocaso nuboso para esa tarde de pleno invierno, después bajó inescrupulosamente para quedar colgada como guirnalda de casamiento en el corazón mismo del ángulo superior izquierdo de un arco que parecía achicarse, e inmediatamente salí gritando como endiablado por el medio de la gramilla; y en un escenario de maniquíes inmutables canté victoria: "¡Gooooollll, Carucha!, ¡Lo hice, Carucha, lo hice; somos campeones!!!!.....".....


Al día siguiente, el diario La Mirada del Pueblo titulaba: "INSÓLITO: UN HINCHA DE INSTITUTO PIÑARES DETENIDO POR FRUSTRAR LA FINAL DEL REGIONAL.....".....


PABLO ZAMA.

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