Pasión cartonera:
pena en el barrio
pena en el barrio
La familia Casatte. Desilusión por el 0-4 ante Alemania. La dura rutina de quienes nutren a las recicladoras.
“Nosotros somos cartoneros. Hoy, por el partido es imposible vender”. Alejandro Casatte todavía no pudo salir a trabajar. Las calles están vacías. Desde el televisor llegan los alaridos del relator. La Selección ya pierde 1-0 y le cobran offside a Higuaín. "¡Qué hijo de puta!".
En la esquina de Corrientes y Juan de Garay, en el barrio Rawson, los ojos marrones de Milton miran inquisitivos adentro de una casa hecha con chapa. Milton tiene cuatro años. Malena, ante la pregunta sobre su edad, dice que tiene "tes". Nicolás, de diez años, tiene perdida la mirada en el televisor. Su papá espera que la Selección le dé una alegría, un grito de euforia que pierda la rutina en un laberinto, aunque sea, momentáneo.
En una mesa minúscula, Norma sirve té caliente en tres tazas y un biberón. En la mesa también hay mate. En la mañana sabatina, el calor sale de un brasero. Afuera, cuatro pibes juegan su propio mundial en la cancha de cemento que está en la plazoleta. El estadio Green Point es inalcanzable en el barrio. "Todos los días salimos a las seis". Alejandro mira una jugada de Messi. Sigue: "Por el kilo de cartón nos dan quince centavos". El partido rebasa los treinta minutos, Argentina ya es pura impotencia, igual que el sentimiento de Alejandro y Norma cuando recuerdan: "Antes, el kilo de cartón salía cuarenta".
Desde las chacaritas a las recicladoras hay un proceso que olvida y menosprecia económicamente la labor de un primer eslabón: los cartoneros. Alejandro mira las jugadas del diez de Argentina, tal vez, la evasión preferida. Según la revista Noticias, La Pulga que engancha ante un alemán y su remate es contenido por el arquero Neuer, factura más que las empresas que tienen mil empleados a cargo (el patrimonio neto de Lio estaría valuado en doscientos cincuenta millones de euros). La familia Casatte vive con quince pesos diarios, tras el trabajo de toda una jornada. "A veces trabajamos hasta la noche. Nos turnamos entre nosotros para cuidar a los chicos", dice Norma. "Este pendejo se la quiere llevar toda él", se lamenta el hombre que tilda de "morfón" a Messi, mientras los alemanes siguen haciendo prevalecer su táctica fría pero efectiva.
En la casa a la que pertenece el terreno en el que está la construcción de Alejandro y su familia, su hermano Omar y Juan, un amigo, miran, angustiados, la caída de la celeste y blanca. Los dos son albañiles y pidieron permiso en el trabajo para poder ver el partido. El segundo gol alemán cae con la contundencia de lo irremisible. Alejandro se toma la cabeza. Norma y los chicos ya salieron de la casa. El hombre pide por Verón, Norma es fana de Palermo. Alejandro es de River, la mujer lleva los colores azul y amarillo en el corazón.
En la familia, todos lamentan la derrota albiceleste. Las tazas con té quedan vacías. Argentina pierde la brújula. Alejandro no puede más. La cara desencajada, la mirada perdida en el abismo, ya no están en conexión con lo que sucede en el televisor. La mujer empieza a guardar las tazas y el mate: "¡¿Qué?!, ¿tres?". "Sí, Norma. Tres a cero ya". Al jefe de familia la desilusión ya le marcha por la venas: "Así ni me entusiasma seguir viendo el partido". Llegan las críticas hacia Diego y Messi. Después, el incontenible Klose termina de tajear el sueño argentino. La desazón es total. Final del juego. "Ahora hay que volver a trabajar", dice, apesadumbrada, Norma.
En la calle, una taxista sale a su rutina, y se resigna: "Ya está, siempre hay algo peor que perder en el fútbol. Yo vi el partido en la casa de la familia del muchacho que mataron en La Toma. Hay cosas peores que quedar afuera del Mundial".
Pablo Zama
(Nota publicada en El Diario de la República - San Luis - Fotos: Litto Retta).
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