miércoles, 22 de diciembre de 2010

Nota de archivo: fin de año en prisión.




Año nuevo, rejas adentro



El 31 de diciembre de 2009 al mediodía los internos del Servicio Penitenciario de San Luis festejaron con sus familias. Hablaron de sus sueños. Un relato desde adentro de la cárcel.       


“Los primeros días de cárcel fueron los más largos de mi vida. Es muy duro estar acá”.
Francisco.

( Foto: Pablo Retta)

“Estoy todo el tiempo pensando. Pienso en que en dos meses voy a tener las salidas transitorias y el año que viene quiero cumplir el sueño de casarme con mi novia, estar más tiempo con mis hijos y conseguir casa propia”. Los ojos, humedecidos, llevan el karma de los malos recuerdos: la detención, el error, la vida que pasa a mínima velocidad en la celda, la vida que duele tras las rejas, el rótulo invisible en la frente de los penados. Preso como número incierto, celda sin nombres para recordar. “Estar preso es como estar muerto en vida”, lacera Francisco, 24 años, la mirada triste, la vista sobre una mesa en la que sólo quedan las migajas de un almuerzo con su gente (la que lleva su misma sangre), un letrero no muy chico (pintado por otros internos con rojo, sobre la pared) que reza: “Hoy es un gran día para la familia” y en cada una de las mesas (hay diez en ese sector): “Un mundo distinto, en cada uno de esos lugares hay otro planeta, cada familia es así”, asegura el joven villamercedino mientras en una esquina del salón pintado de blanco y rojo, hermético, frío, varias personas ríen con una risa sorda de anestesia que esquiva y duerme los malos instantes, casi una mueca que intenta burlar el pasado. Es horario de visitas: año nuevo, rejas adentro.

En el interior del Servicio Penitenciario Provincial hay un mundo desconocido por el afuera, adentro es casi como Bar del Infierno: el afuera no existe. Los fuegos artificiales, el estruendo convencional de cada año reside en la calle y los cimbronazos de euforia se escuchan también adentro de la cárcel, en donde un grupo de hombres levantan las copas, solitarios, y brindan con el anhelo de recuperar la libertad.

Antes, al mediodía, la escena es más distendida. En la unidad Nº 1, de los penados, el clima es de fiesta el 31 de diciembre. Los familiares de los internos llegan con comida. Hay niños pateando una pelota adentro de los pabellones, adonde sus padres residen desde hace algunos años, en algunos casos. Esa misma pelota de cuero, que para los hombres significa compartir, calma la espera tras las rejas y en cada recreo (que se da tres o cuatro veces por semana) la bocha rueda en cada picado, mientras los que no son tan futboleros aprovechan para hablar por teléfono con sus familias. Es el cambio de calendario en la cárcel, un tachón más a otro día y el brindis por un año menos. La espera sigue.

Unidad 1: penados mayores

Casi un mínimo laberinto desemboca en el sector de quienes ya tienen condena en curso. Afuera, una mujer escribe en un cuaderno, mientras espera poder ingresar a ver a su esposo. En el sector de requisas los más chicos dejan algunas pertenencias para poder ver al papá. Al cruzar con custodia las rejas rojas, en los pabellones hay grupos de familias por todos lados. Un joven de no más de 25 años pasa con una camiseta del Banfield del puntano Bustos, pero no quiere hablar con el periodismo. Al fondo del salón, desde un radiograbador salen las letras de La Banda XXI. Pegado a la música, Alán (22), un tajo debajo de la mejilla izquierda, pelo corto y tatuajes en los brazos, cuenta: “Hace cinco Navidades que estoy así”. “Así” es encerrado y recibiendo a la familia para el almuerzo del 31. Mientras eso pasa en un sector, muy cerca de ahí los panaderos del servicio (también son internos) terminan su labor y los carros llenos de pan pasan hacia la cocina. “Hoy, por ser año nuevo, le entregamos un pan dulce a cada preso”, cuenta un guardiacárcel.

Alan, hincha de Boca, amante de la cumbia, el reggaeton y el rock, dice que es “un demonio”, aunque aclara que apenas empiece “la pastoral de la cárcel” va a inscribirse “para hacer salidas transitorias. Eso es lo que deseo para el año que llega”. La libertad es el fin supremo tras las rejas. Alan comparte el día con su padre, su esposa y su hijo, entre hamburguesas, gaseosas y charlas sobre fútbol.

En otro extremo de la sala de visitas hay otra historia, con sueños y nostalgias por lo que quedó afuera. A Guillermo (25) se le dibuja una sonrisa enorme en el rostro y la ansiedad se traslada a sus movimientos nerviosos cuando cuenta que su hija está por llegar: “El día de visita es para mí el más alegre”. Guillermo cuenta que en todos los pabellones hay una pelota de fútbol y que cada vez que hay partido por la televisión se juntan para verlo. En la cárcel esperan por el Mundial. La redonda une a los muchachos, los hermana dentro de su recuperación para la reinserción a la sociedad. El símbolo del tiempo que tienen que compartir hasta recuperar la libertad.

En ese pabellón las imágenes siguen pasando como un vendaval que recorre pasados que dejaron una huella diferente a otras familias. Las nostalgias se cuelan en el aire cuando Alan abraza a su hijo o cuando el nene de Francisco juega al fútbol con su tío más chico, mientras la pelota rebota en las rejas que encierran el lugar.

La espera, la ansiedad

“Que vengan mis niños a verme todas las semanas me da muchas fuerzas para salir adelante y querer cambiar”, dice Francisco mientras su abuela lo abraza y juntos se emocionan. Y sigue: “Esto es como juntar las partes del rompecabezas y volver a armarlo. Quiero salir para hacer eso”. Los ojos se colman de lágrimas que prefieren no salir. “Uno acá se ríe, pero sufre. A veces un nene se enferma y no podés hacer nada. Uno se siente muerto en vida en esos momentos”. Mientras escucha Cadena 3, por las noches Francisco sólo piensa que está “cerca de salir”. Su mujer dice que el tema cuartetero que hay de fondo es “Estás enamorada”. Esperan casarse este año. La abuela de Francisco apunta: “Quiero que mi nieto salga y que volvamos a ser felices como antes”. A las 18, las puertas de la cárcel se cierran. “En la noche brindamos como si estuviéramos en la calle”, cuenta Alan. Los fuegos artificiales ya retumban en la ciudad de San Luis. En la cárcel hay un brindis, rejas adentro.




Pablo Zama.

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