Erradicaron las villas, pero no sus conflictos sociales
En el barrio San Francisco I de Chimbas los jóvenes no encuentran trabajo. Dicen que tienen un techo que ya no se llueve, pero siguen frustrándose socialmente. La gente de los barrios linderos se queja por los robos y los asaltos. Hay chicos que se drogan y están armados.
“Los enfermos de la patología antisocial, locura y peligro que cada pobre contiene, se inspiran en los modelos de buena salud del éxito social”.
Eduardo Galeano.
Igual que en el ensayo Patas Arriba de Eduardo Galeano, algo está al revés en los barrios entregados bajo el Plan de Erradicación de Villas. El blog de la calle tomó como paradigma de una situación más compleja la vida de los habitantes del barrio San Francisco I, en Chimbas, y comprobó que los problemas sociales de los habitantes de algunos sectores humildes siguen en pie. Sus techos no se llueven como en sus viejos ranchos, pero la convivencia entre los vecinos hace agua.
En el caso puntual de la zona en donde se ubica ahora la ex villa San Francisco empezaron a ser comunes los robos y los asaltos. En la Comisaría 26º aseguran que por las noches cuando ingresan al barrio San Francisco el patrullero es recibido con pedradas. Los barrios de ese lugar están prácticamente enfrentados: los del barrio Los Tamarindos se quejan de sus nuevos vecinos. “Yo tengo un revólver acá y estos muchachos se pueden llevar todo, pero cuando se estén por ir los lleno de balas”, sostiene enérgico un comerciante.
Del otro lado, Jairo, uno de los jóvenes de la ex villa, que está sin trabajo y dejó sus estudios dice que en la noche “cuando se corta la luz, acá se pudre todo”. El reprochable muro que levantaron en Buenos Aires los vecinos de San Isidro para separarse, por la inseguridad, de la Villa Jardín, en la localidad de San Fernando, acá es un paredón invisible que rompió los lazos sociales y derivó en el miedo de unos y la marginación de otros. Galeano escribía en su libro: Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.
Otro techo
El primer barrio entregado mediante el Plan de Erradicación de Villas, el barrio San Francisco I (ex villa San Francisco), está ubicado prácticamente en la zona central de Chimbas. Estas 100 casas desde hace tres años tienen la compañía de cerca de 60 viviendas más que forman, pegado al primer núcleo habitacional, el barrio San Francisco II (ex villa “La Paloma”). Esos dos barrios tienen problemas entre ellos y ya hubo batallas campales con el fin de definir liderazgos.
El gobernador José Luis Gioja fue el impulsor de la erradicación de la mayoría de las villas que se fueron a vivir a los nuevos barrios. Pero gran parte de la gente de la ex villa San Francisco, que se ubicaba en la zona de Concepción, en Capital, armaron sus bolsos y se trasladaron a su nuevo hogar en agosto del 2001 (antes del “crack” que hizo el país a fines de ese año), cuando el gobernador era el cruzadista Alfredo Avelín.
Esas casas de ladrillo, compuestas de una cocina-comedor, un baño y dos habitaciones, según sus propietarios, no venían con muchas comodidades y en el baño estaba sólo el inodoro y el lavamanos e, inclusive, cuentan que los pisos no estaban bien terminados. Sin embargo, las familias se acomodaron y empezaron a disfrutar de tener “un techo que ya no se llovía”. Atrás quedaron los ranchos precarios en los que vivían y la ilusión discurría por ese centenar de familias que se instaló frente al barrio Los Tamarindos. Sin embargo, la erradicación era sólo la posesión de una vivienda digna y derivó en un maquillaje que no tapó por mucho tiempo la delincuencia, la violencia familiar y las peleas entre vecinos. Todos estos, factores engendrados por la falta de oportunidades, la desesperación por la casi nula inserción laboral y de una situación cultural que jamás fue superada.
En el barrio hay quienes se acuerdan de las condiciones en las que vivían antes de tener sus casas y cuentan que en el rancho tenían una cocina-comedor, una habitación y un baño. “Había que calentar agua afuera para bañarse”, rememora un vecino. Por eso dicen que el cambio fue importante en lo edilicio –algunas casas ya tienen gas natural-, aunque “hay gente que vendió su vivienda y se fue porque les robaban”, aseguran.
Actualmente, entre los dos barrios hay cerca de 210 familias en al menos 160 viviendas, porque “hay por lo menos un 30 por ciento más de familias que la cantidad de casas que existen, porque viven a veces dos familias en una casa”, asegura César Luján del Centro Integrador Comunitario (CIC) de la Municipalidad de Chimbas. A eso se le suma que un 50 % de los matrimonios tiene más de dos niños, según Luján.
Futuro vedado
Al barrio San Francisco I se puede ingresar sólo de día, sin demasiados objetos de valor y sin acercarse mucho a la segunda cuadra, porque los riesgos que se corren, según las advertencias de los propios vecinos, empiezan a ser altos.
El sol pega de lleno sobre el mediodía sanjuanino, algunos pibes de no más de 10 años juegan en las cercanías a la plazoleta (con el pasto muy largo y algunos residuos esparcidos), que está pegada a una especie de potrero futbolero con arcos de hierro y cancha de tierra dura con piedras sueltas, mientras los demás pasan con sus guardapolvos hacia la escuela Estanislao Soler del barrio Los Tamarindos. Muchas de las casas parecen recién pintadas, algunas tienen un jardín bien cuidado y hasta ampliaciones en construcción, tras ocho años de ser habitadas. Desde adentro de una de las viviendas llegan las melodías de la cumbia villera. En la vereda, un grupo de jóvenes que rondan los 20 años se juntan a conversar: ellos son Jairo, Fabio, Sebastián y Jorge.
“Cuando vinimos estaba todo ordenado, la plaza y los faroles, pero ahora está todo roto y descuidado”, dice Jairo después de mirar una revista y una nota del periodista para confirmar que el que está enfrente no es un asistente social (no les caen bien) o alguien de la policía (les tienen rechazo). Jairo también señala una casa en la que tuvieron que cerrar con ladrillos dos ventanas de una ampliación porque “les rompían los vidrios a pedradas”. Pero el problema de fondo –dicen los chicos- es que no consiguen trabajo. El escenario se presenta claro, porque en los barrios humildes cuando hay desocupación generalmente afloran los quioscos (que en algunos casos son señalados también como probables puntos de venta de droga) como medio de supervivencia. Por calle Santa Cruz en una cuadra hay al menos cuatro quioscos.
“Vivimos con lo justo”, aseveran los chicos. Ellos cuentan que son pocos los jóvenes que tienen trabajo. La mayoría hace changas o trabaja en la cosecha, “pero cuando se termina la temporada eso se acaba”, dicen. Hay quienes (muy pocos) consiguen trabajos relacionados con la minería. “Pero viste cómo es eso, las empresas te toman por pocos meses, para no pagarte nada de indemnización”, se resigna Sebastián. Más tarde, Jorge llega de trabajar en una carnicería y cuenta que por la disminución de las ventas “ahora laburo mediodía nomás. No es mucho lo que gano, pero por lo menos me saca del agua”. “Aquí cada uno vive como puede”, apunta Jairo.
Ninguno de estos chicos estudia. La mayoría hizo la secundaria, pero algunos no terminaron. Ellos aseguran que en el barrio son poco los jóvenes que “están en la facultad, estudiar ahí es muy caro”. “Hay pibes chicos que no van a la escuela porque los padres no pueden pagar los útiles”, enfatiza Fabio. Son presos de una situación más compleja en la que, según el vicepresidente Julio Cobos: “En Argentina, un alto porcentaje de los jóvenes de 20 a 30 años no terminó sus estudios secundarios”.
La mayoría de los jóvenes apunta a trabajar en la construcción y las mujeres, como empleadas domésticas. Pero en ese mundo laboral también compiten contra otro karma: “Cuando presentás el certificado de antecedentes no te dan laburo, y si decís que sos del barrio no te dan bola”, cuentan. “Nosotros también podemos ganarnos la plata trabajando”, dice Jairo.
Asistencialismo
Los planes jefes de hogar y los distintos planes alternativos que enmascaran lo que en realidad son: asistencialismo, llueven sobre la ex villa San Francisco. “La mayoría tiene planes jefes de hogar acá. Pero la cuota de la casa sale 56 pesos y hay que pagar los impuestos. ¿Cómo podemos hacer eso con sólo 150 pesos de un plan?”, cuestiona una dirigente barrial. “Cuando los políticos dicen que ha bajado el índice de desempleo yo me pregunto si viven en una nube. Les cambiaría el sueldo, para ver si pueden vivir con un plan”, agrega enojada y cuenta que su marido “vive de changas”.
“Hay personas que tienen siete niños y viven de planes”, señala Jairo. Aunque esa postura es rebatida en gran parte por Sergio Maya, un panadero de la zona que asegura que en el barrio “hay gente que tiene varios planes jefes de hogar en una misma casa”.
Por otro lado, los chicos cuentan que algunos dirigentes políticos, tanto del oficialismo como de la oposición, llegan hasta el barrio en épocas de campaña y les prometen posibilidades de trabajo que después se diluyen en el olvido ciclotímico que tiene casi siempre la política partidaria. En ese sentido, Sebastián asegura que con algunos chicos de ese barrio han realizado “pegatinas de afiches políticos y a veces nos encontrábamos con pibes que estaban pegando carteles para otros políticos y nos agarrábamos a las piñas”. ¿A cambio de qué hacían las pegatinas?: “Por una bolsa de mercadería”.
Violencia explícita
“Hay muchos jóvenes que están en la droga, en la delincuencia”, admite Jorge. Mientras que la dirigente barrial expresa: “Los chicos muchas veces pasan a cualquier hora por la calle inhalando pegamento en las bolsas”. En el barrio que dejó de ser una villa hace ocho años es común -cuentan algunos vecinos- ver a algunos menores fumando porro. “Droga peligrosa acá no hay, lo que hay es porro y hay algunos pibes que se drogan con pastillas”, asegura Julio (un habitante, mayor de 40 años, de la ex villa “La Paloma”).
Las frustraciones de muchos menores se sumergen y se disipan por algunos segundos en la evasión destructiva de las drogas. Tienen que olvidarse de sus problemas. La exclusión social, pese a vivir en casas dignas, los acecha todos los días. A eso se le suman los problemas familiares. Jairo asegura que en las casas algunos “padres a veces se ven ahorcados por la falta de guita, entonces después les pegan a los pibes”.
Fuera de los conflictos internos que tenían en el barrio, cuando llegaron los habitantes de la ex villa “La Paloma”, desde Santa Lucía, comenzaron “las batallas campales con armas blancas, con revólveres o con piedras”. Los pibes también expresan que apenas llegaron sus vecinos empezaron “los robos de surtidores, de mangueras, macetas”. De lo mismo se quejaban hace ocho años los vecinos del barrio Los Tamarindos cuando llegó a la zona la villa San Francisco. Aunque según el comisario inspector Hugo Tello, jefe de la Comisaría 26º, “los delincuentes tienen algún tipo de códigos que hace que no roben en el lugar en donde viven”.
En la zona, en ocasiones los vecinos son víctimas de robos, asaltos, “robos en banda” (entre varios delincuentes), “escruche” (se meten en las casas y las desvalijan), “pungas” (ingresan en los negocios y en un descuido se llevan algo).
Algunas personas aseguran que los asistentes sociales no van por el barrio desde hace mucho tiempo. Además, una vecina se queja porque “las bolsas con mercadería que pedimos no llegan”. Sin embargo, desde el CIC, César Luján, cuenta que las asistentes sociales van al barrio en caso de que los vecinos las soliciten y que lo mismo ocurre con las ayudas alimentarias que envían.
Resistencia
Desde la Comisaría 26º aseguran que en los últimos cinco años, pese al aumento en la población en su jurisdicción, han tenido sólo “un leve aumento de delitos contra la propiedad”.
Muy lejos de la visión policial se posicionan las opiniones de los vecinos al barrio San Francisco I. “A mí ya me robaron una vez en el negocio. Después, me han forcejeado las puertas del local y también le tiran piedras a los tubos fluorescentes de afuera y los rompen”, expresa indignado un comerciante. De las puertas de los almacenes han robado varias bicicletas, “lo hacen a cualquier hora y son pibes de no más de 10 años”.
Por la tarde, los comercios abren pasadas las 18, pero para evitar robos o asaltos cierran antes de las 21, perdiendo ventas. En los barrios Los Tamarindos, Jardín Ferroviario, Luz y Fuerza y en el propio San Francisco algunos vecinos han optado por cerrar con rejas los frentes de sus casas. De noche, los remises y los taxis casi no entran a la zona y algunos chicos de la ex villa San Francisco dicen: “A veces la gente nos mira y por la vestimenta que llevamos se asustan, apuran el paso y cierran las puertas. En los otros barrios no nos quieren”. La mayoría de sus vecinos tienen sus relatos como testigos de algún hecho delictivo: “Hace algunos días le robaron la cartera con la cámara digital, el celular y las tarjetas de crédito a una mujer que vino a pasear y es de Buenos Aires”.
Por la inseguridad se abarataron los costos de los terrenos aledaños y sobre calle Díaz, en un baldío, muchas familias aprovecharon a comprar sus terrenos y construir sus casas. Por otro lado, hay gente que ya se fue del barrio San Francisco; mientras que en los barrios contiguos hay familias que vendieron sus propiedades a un precio de pérdida y se fueron de Chimbas. Para muchos chicos, las frustraciones sólo cambiaron de geografía y de techo. Julio, de la ex villa La Paloma dice: “Cuando vivís en una villa te comportás como tal, en un barrio tiene que ser distinto”.
Algunos políticos, antes del 28 de junio seguramente volverán a buscar a algunos pibes para empujarlos a ayudar en sus campañas proselitistas pegando carteles callejeros, a cambio de una bolsa con mercadería. Una burla estructural que sigue el camino de la opresión. Desde la policía seguirán generalizando: “Lo que pasa es que ninguno quiere trabajar”. Muchos vecinos continuarán viviendo con miedo y encerrados en sus casas. Eduardo Galeano, por su parte, seguirá escribiendo: A muchos, que son cada vez más muchos, el hambre los empuja al robo, a la mendicidad y a la prostitución; y la sociedad de consumo los insulta ofreciendo lo que niega. Y ellos se vengan lanzándose al asalto, bandas de desesperados unidos por la certeza de la muerte que espera.
-¿Que sueños tenés Jairo?
-Son muchos mis sueños. Me gustaría poder llegar a ser algo mejor de lo que soy ahora. Me gustaría irme de San Juan.
Pablo Zama.