(Texto homenaje a Roberto Fontanarrosa en su fallecimiento, también publicado en la página web: http://www.robertofontanarrosa.blogspot.com, sitio web de María Alicia García Facino de Rosario)
Desde una provincia de Primera como San Juan, el recuerdo y el homenaje para otro gran hincha de Primera en Rosario.
Por Pablo Zama.
“No crecí queriendo ser como Julio Cortázar. Crecí queriendo ser como Ermindo Onega. Por eso llegué a la literatura por la puerta de atrás, con los botines embarrados y repitiendo siempre el viejo chiste: ‘Mi fracaso en el fútbol obedece a dos motivos. Primero: mi pierna derecha. Segundo: mi pierna izquierda’ ”
(Roberto Fontanarrosa).
(Roberto Fontanarrosa).
Esperó el último centro en un área taciturna y fugaz que a la vez pasó a ser la eternidad de sus alegatos futbolísticos en papel y en esa letra apretada por la emoción. Y en el desconcierto de los epílogos de cada historia, el Negro puso su música, puso el gol y la victoria en tiempo de descuento. Desparramó a cualquier defensa en cualquier estadio antes de irse, llevando consigo el desequilibrio exacto para dejar pasmado al más impávido lector. El Negro tuvo la picardía justa de un centrodelantero nato. No dejó por eso de tener la aspereza de un zaguero central y el sarcasmo de un cinco clásico, enganchando y abriendo la bocha hacia los costados. El Negro fue un digno atajador de pesimismos, sublimando cada mal menor o mayor para convertirlos en risa desde su escritorio, transformándolos en el campeonato de la alegría futbolera.
El arquero Fontanarrosa saca de punta al medio del campo…
“A la cancha me llevó mi viejo, porque yo le hinchaba las pelotas para que me llevara alguna vez. A él mucho no le entusiasmaba; a pesar de que veía muy bien el fútbol, porque era un tipo muy analítico (después fue técnico de básquet). Ahí uno se da cuenta, porque yo lo repetí con mi hijo, que se debuta en partidos que no son importantes -me acuerdo que fui a ver Central y Tigre-; nunca te van a llevar a un clásico”, recordaba el Negro.
Fontanarrosa es igual a humor. Quedó sellado como una de las mayores plumas argentinas de la literatura popular. Pero, más allá de eso y tan cerca de antagonismos imposibles de presenciar antes, el Negro, además de gran literato y humorista gráfico, será por siempre sinónimo de fútbol. Hincha de Rosario Central hasta los tuétanos. Futbolista frustrado que sublimó ese doblez de la vida creando mundos, infinitos espacios dentro de cualquier cancha, donde se animó a jugar con galera y bastón. El papel fue entonces el soporte para describir el sarcasmo y los relatos con finales imprevistos en cada historia. El absurdo fue parte de su magia y un ejemplo imprescindible que sirve para soslayar cualquier premura tácita en que sus detractores lo quisieron encasillar, fue aquel relato, tal vez poco recordado ahora, del jugador que lloraba todo el tiempo, cada vez que fallaba, o antes de cada encuentro y no paraba de sollozar por horas interminables. Por eso, la pintura futbolística y la imaginación sin límites del Negro recuerda también el cuento en que otro futbolista dormía la siesta en el entretiempo de cada partido. Y ese apolillo era permitido por sus compañeros y sus angustiados técnicos, porque el futbolista pertenecía a la casta de los grandes, a los creativos que dan vuelta un partido en el momento más inesperado, bah… un irresponsable con gambeta y gol…
Apasionado, argentino puro, irracionalmente futbolero: “Cuando ya pasan dos domingos sin fútbol te empezás a dar cuenta que la vida es un aburrimiento, que no tiene sentido”. Imposible saber hasta dónde hubiera llegado el Negro para poder ver a su Central. Y él, tan consciente y desvergonzado, siempre dijo que la pasión, con el tiempo, se acentúa. Que es mentira que las manías del hincha de fútbol con los años se disipen. La radio, la cancha, su Central fueron y son su vida, antes de la propia vida y después de esta reciente partida.
En el mediocampo, el Negro, con la cinco en la espalda toma el balón, engancha hacia fuera y abre a la izquierda…
“Los trenes matan a los autos”, un título que no dice demasiado para los amamantes del balompié, pero que lleva consigo, en la impresión más reciente, el debut, en los años ´70 de la unión de su pluma con su primer y gran amor: el fútbol. Una carrera que de la mano de sus dos apasionamientos empezaba a ser rutilante. Fueron los primeros relatos futboleros de algo que para el mundo de la literatura no es muy frecuente. Por eso, aquellos que declaman como frívola la pasión del hincha de fútbol se vieron envueltos en la desconcierto de un grande de las letras, un genio, escribiendo sobre historias de la verde gramilla argentina. “Área 18” y “Puro Fútbol” fueron otros títulos de su obra maestra, cargados de fútbol, marcando el antagonismo con Cortázar, Borges y tantos otros de pluma más intelectual, más filosófica. El Negro, en cambio, prefirió la filosofía de lo cotidiano a través de un lenguaje general que conoce la gran mayoría de los argentinos y escribió con la pelota atada a sus pies, un crack.
El win izquierdo rosarino pisa la pelota cerca del área, se abre un poco, gambetea a dos adversarios, la gente se levanta de sus asientos…
Historias efímeras pero eternas. Historias contadas con el alma en la boca y las vísceras en las manos desde una tribuna popular. Aquel cuento en que los hinchas de Central deciden llevar a un abuelo, vetusto, enfermo del corazón, a la cancha, porque era la cábala del equipo. Y tras vencer a Newell´s en el final del partido, en una tarde agónica, por la mínima diferencia, el viejo se alegra tanto que muere en la tribuna del club de sus amores de un ataque al corazón, y con la camiseta canalla reflejada en su partida la reflexión fue que: murió feliz. Después queda boyando en el aire, como queriendo escaparse en dirección a algún remoto potrero otro relato inconfundible, pero en este caso tomado de una historia real. Un hincha de “la contra”, Newell´s, decide viajar a ver a su equipo a Buenos Aires en un partido muy importante. El joven está a unas horas de recibirse de ingeniero en Rosario, pero viaja con sus amigos a presenciar el partido. Su equipo pierde y ese grupo de fanáticos no quiere volverse al barrio. Para el protagonista nada más tiene sentido, el dolor por haber perdido representa mucho más que la idea de recibirse de ingeniero. Finalmente, sin ganas, se presenta a rendir, termina de dar su examen y el decano de la facultad, que presidía esa mesa, decide pasarle un papel, por bajo cuerda, que dice algo así como: “Yo sé lo que te pasa pibe, siento lo mismo que vos, estoy echo pedazos, nunca deberíamos haber perdido ese partido de porquería”.
El centrodelantero hincha de Central recibe el pase del volante y de media vuelta define al medio del arco…
Es la presentación de un libro de Arturo Pérez-Reverte y el Negro, que ya terminó de dar su discurso, pide permiso y se retira del lugar ante la mirada atónita de los presentes y la cara desencajada de Pérez-Reverte. El motivo lo explicita bien claro: “Les pido disculpas, tengo que retirarme porque en quince minutos juega Central…”.
Aquejado por una enfermedad neurológica, Fontanarrosa traslada la juntada de los jueves con sus amigos desde el café El Cairo a su casa porque ya no puede moverse de ahí. No pierde el buen humor y sigue hablando de fútbol en sus reuniones semanales. Pero el final está cerca. Inesperadamente, después de mostrar una leve mejoría, fallece el jueves 19 de junio de 2007 y la sorpresa lo sigue eternizando. Toda la hinchada de Central lo acompaña en su despedida. Un lector suyo llama a la radio para decir que se enteró de la muerte del Negro cuando iba en su auto y le fue inevitable soltar lágrimas. La familia y los amigos se niegan a velarlo en el estadio canalla porque hay hinchas de Newell`s que también querrán ir a despedirlo. Los dirigentes de la Academia rosarina deciden que la butaca que él ocupó en los últimos tiempos en la platea quedará vedada para los demás hinchas, porque esa butaca es y será solamente de él. Una multitud se acerca a darle el último adiós, pero el Negro y su fútbol permanecen en la respiración de todos. Y ahora la sensación es que ese Negro Canalla y loco por el fútbol, pintor de relatos inolvidables, nunca dejará de asistir a la cancha de Central. Y, tal cual un cuento de su autoría, seguirá hablando de fútbol en el paraíso con los amigos que se fueron antes que él; porque Fontanarrosa murió, pero su amor por el fútbol jamás se irá…
El goleador Roberto Fontanarrosa acaba de marcar, en tiempo de descuento, para Central y para todo el fútbol argentino, fue un gol de potrero. Y ese campeonato, su vida, será inolvidable…
“Yo llego a escribir sobre fútbol a través del propio fútbol, no a través de la literatura. No soy un tipo que estuvo siempre en la literatura y de pronto me digo que sería lindo escribir sobre fútbol. Al revés, soy un tipo apasionado por el fútbol que he tenido una práctica de escritura a través de las historietas, de trabajar en publicidad, que me parecía que me habilitaban para contar algo sobre, en este caso, fútbol”
(El Negro).
(El Negro).