martes, 26 de febrero de 2008

Flash onírico de 90 minutos


(Boca en San Juan, frente a San Martín: Texto publicado en Diario El Zonda de San Juan en marzo de 2008)


Se levantó, pero siguió dormido, envuelto en un sueño extraño. Y pensó que la entrada estaba cara. Que San Martín perdió. Que los efímeros momentos de ilusión fueron... nada más que eso. Que se levantó a la 9.00 para estar en la cancha desde antes de las 11.oo, o por lo menos eso cree ahora. Que casi no comió y el cansancio le hizo mella varias veces mientras la espera, la larga espera se sostenía como un puñal sobre su estirpe de hincha asombrado. Que la esquirla clavada, insuperable, en el medio de las vísceras, en el segundo gol de Palermo lo paralizó. Que tal vez quiso llorar cuando insultó al equipo del que fue fanático de chico y ahora lo tenía ahí, ante su nuevo amor, el que eligió después. Que el taxi para volver no pasaba más y un remisero futbolero, Juan Carlos, tras su dial clavado en la radio deportiva, se apiadó de la desgracia momentánea y lo llevó a destino, con la cabeza gacha....
Nada , sin embargo, borrará de las retinas, de ese sueño de hincha, ni de la larga espera. Nada, en absoluto, borrará las imágenes que ahora caen a borbotones, como una magia insuperable, mientras camina hacia la plaza de Concepción, en una calle atiborrada de hinchas con sentimientos cruzados. Nada extinguirá el fuego sagrado de ese hincha que sintió tocar el cielo con las manos en una tarde inolvidable.
El circo, ese día que jamás volverá a vivir, en ese dormir sagrado, es lo que le vale, como recompensa a su fe ciega en el equipo pobre que pelea como puede ante los embates de las grandes urbes. Soñó que Battaglia pegó a gusto y placer. Que Vargas tuvo licencia para comerse vivo a los rivales y que Furchi, un hombre de negro, miró para otro lado.
Enfrentado al equipo con el que prácticamente nació al fútbol, ahora apoyando a su humilde San Martín sanjuanino que adoptó en el camino de la niñez a la pubertad, con sentimientos extraños, las imágenes son ahora flashes de un largo recorrido en una vida cargada de potrero. Todas las fotos corren efímeras, como la filosofía de su vida, como las locuras que hace por euforia, por la camiseta que ama. Ahora, mientras no termina de despertarse, la música de la hinchada sigue ahí, los embates visitantes no interesan. El circo, el momento, la mirada de los jugadores hacia la tribuna en el precalentamiento mientras el enjambre grita y la popular se mueve, son fotos imposibles. El calor no interesó, el hambre pasó a un segundo plano y, apretado en las últimas gradas, presenció un hecho indescriptible. Y supo, casi sin querer, que, de repente, un cuento, remoto en el recuerdo, leído por Alejandro Apo en Radio Continental, una entrevista, se le vino a la mente para saber que sus ojos veían lo que alguna vez sintió como cotidiano a través de un receptor con voces capitalinas. Supo, además, que el genio de Walter Saavedra, ni más ni menos que el relator-poeta de Radio Mitre, el más grande de todos, llegó hasta su casa, y estuvo narrando, como él sólo sabe, la lucha entre David y Goliat. Que el Bocha Uriel, ese que tanto escuchó por Cadena 3, en los ruidos domingueros que venían desde el fútbol grande, también estuvo un día, en el de las fugaces imágenes que ahora se le vienen en el Hilario Sánchez.
Este hincha se apioló, camino a la plaza, tras el partido, del que fue parte de una historia que pocos pueden vivir. Entonces, mientras arma este rompecabezas de imágenes sueltas, desde el asombro y la ignominia por el padecimiento de una derrota. Mientras Palermo corre, eternamente, hacia la Platea Oeste para festejar su gol y Walter Saavedra tal vez disparó la letra tanguera... "el malevaje extrañado me mira sin comprender...". En ese momento, tal vez quiso vaporizarse, desaparecer.
Antes, en la parada del colectivo, una señora, que tal vez no entiende nada de fútbol, le dijo: "Que Dios lo bendiga, que sea por lo menos un empate". Quizás cayó en la cuenta de que -sigue armando el rompecabezas, tardíamente- la provincia ahora está con su humilde equipo. Entonces, el frío indescriptible de largas tardes de Nacional B, en el que el último lugar de la tabla quería sepultar las ilusiones, se le viene, como lluvia, a la mente. Y hace unos minutos estuvo saltando, gritando enfurecido, las canciones de siempre, pero que ahora cobraron ribetes distintos y el... "hey mi amor / te sigo a todos lados / todo descontrolado...", gatilla el oído, sube hasta la garganta y son, quizás, huellas mnémicas, profundas, imposibles de borrar de tiempos remotos que están presentes cuando se está pariendo la historia en el mismísimo césped que miró en tardes de frío, tardes de calor, cuando la cancha estaba vacía. Pero este día se tuvo que levantar temprano, lidiar con una larga cola y horas interminables para vivir 90 minutos de un placer que no se cuenta con palabras. De un placer que vivió y sintió, únicamente, en ese momento extraño.
Quizás se levantó un día temprano y no se despertó del todo, quizás todavía está soñando. Tal vez el trapo pegado a la Platea Este que reza "no me despierten" sea nada más que eso, está soñando otra vez. Se levantó temprano, pero no se terminó de despertar, y en ese momento onírico, en ese espacio impreciso, se enteró que Boca, nada más y nada menos que el Xeneize campeón de la Libertadores jugaba esa tarde con su humilde equipo de camiseta verdinegra. En el sueño entró a la cancha, subió hasta las últimas gradas de una popular que más tarde tembló como nunca. Dejó la garganta en la tribuna, vio cómo un tal Caranta sacó pelotas imposibles, que un tal Riquelme no pudo imponer demasiado su juego. Soñó que Tonelotto estuvo a punto de concretar. Que su equipo, con el que tuvo idilios de ascenso, le jugó de igual de igual, en una gramilla que será testigo de su ocurrencia surreal, a ese poderoso equipo que lleva impregnados los colores azules y amarillos de su niñez. Se levantó a las 9.00, siguió soñando hasta entrada esa noche mágica en que los portones de la cancha se abrieron y salió con gente anónima de un lugar que conoce como la palma de su mano. Se le ocurrió que su hinchada tuvo cruces de cánticos con la 12. Pero, en la inconsciencia de ese momento, extraño sueño, no pudo dominar un resultado a favor. Y los sueños... son así, son caprichosos. Miró su camiseta, era verdinegra, era de Primera, esa camiseta había jugado con Boca. Tal vez algún día despierte...



Pablo Zama.